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De ayer a hoy

    EL pasado día 23 los medios cele-
    braban el 40 aniversario de la irrupción en el Parlamento de Tejero. Muy mayor ya, no parece salir de casa y apenas he coincidido alguna vez con él durante los cuatro meses de los últimos siete de pandemia que estuve en Málaga, en su misma población y edificio.

    Aquel episodio fue el lenitivo que permitió calmar la irritación del franquismo político, desaparecido por voluntad cuasi general cuando la dictadura era una anomalía en Europa occidental, la polarización social se había desdramatizado tras el despoblamiento rural de los 60 y el nacimiento de una amplia clase media urbana –soporte del liberalismo y del estado del bienestar europeo–, y por cuanto se habían creado nuevos afanes e intereses vinculados a la expansión económica irreconocibles para cualquier español de unas décadas atrás.

    No hubo más componendas que la ya de por sí difícil convergencia entre el ala pragmática del régimen y la oposición democrática en la conveniencia de liberalizar el país en un contexto europeo favorable, en retracción económica pero en absoluto en una crisis política, económica y social de la magnitud de la de los años treinta. No había otra salida, aunque una liberalización más limitada hubiese sido mejor acogida por una buena parte del Ejército y sectores sociales afines, cuyo esfuerzo por controlar y desvirtuar un proceso inevitable fracasó en 1981.

    Fue un regreso a presupuestos políticos de 1931, con la participación crítica de partidos de la oposición al establecer las nuevas reglas de un cambio pilotado ahora por un centroderecha democrático recién organizado, con el placet de una reinstaurada monarquía-bisagra que hizo posible el diálogo franquismo-oposición, de la Iglesia y de los grandes intereses económicos, y con las barbas a remojo del régimen tras la remoción del salazarismo por los capitanes de abril y el paso del control del proceso democrático a sectores crecientemente radicalizados de izquierda.

    De modo que jóvenes inexpertos en sufrir fascismos blandos, que nada saben de su brutalidad y represión, salvo lo visto en Venezuela, la televisión o lo leído, que conocen precisamente por Venezuela la gran dificultad de las dictaduras militares para transigir sin sangre con el cambio democrático, pueden llamarse y llamar a los españoles a engaño en sus apreciaciones sobre el franquismo y el valor de la Transición.

    02 mar 2021 / 01:00
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