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De Managua a Caracas

    LO pudimos ver en Nicaragua; y ahora también en Venezuela. La historia de los despropósitos políticos y electorales se repite en cada uno de los países que han sucumbido a los regímenes bolivarianos, chavistas y castristas del denominado socialismo del siglo XXI; que no es sino una forma sutil de blanquear terminológicamente los postulados comunistas y populistas que todavía persisten hoy día en América Latina.

    Daniel Ortega lo tiene claro, y lo mismo podemos decir de Nicolás Maduro. Todo vale con tal de perpetuarse en el cargo y no perder el poder. No importa que se trate de elecciones presidenciales como las vividas el 7 de noviembre en Nicaragua, o de comicios locales y regionales como los celebrados el pasado domingo, 21 de noviembre, en Venezuela.

    El modus operandi siempre es el mismo: férrea persecución a las voces discordantes, encarcelamiento de los principales líderes de la oposición, exilio forzado para los abanderados de la disidencia, cientos de detenidos por no someterse al oficialismo, represión y amenazas a los votantes díscolos, severo control policial, militar y paramilitar de la sociedad, censura con los medios de comunicación contrarios al régimen, sobreactuación y propaganda en la prensa afín al Gobierno, vigilancia y presión a las puertas de los centros de votación, y control del consejo supremo o nacional electoral.

    Si a ello le añadimos la fiscalización del poder legislativo, y la intervención del poder judicial, el éxito de la dictadura en las urnas está asegurado. Así ha sucedido con Ortega, a quien Maduro se apresuró a felicitar por su extraordinaria victoria (con el alucinante 75% de los votos y una fantasmagórica participación del 65%).

    Tales fueron las críticas vertidas por buena parte de los líderes mundiales, que Maduro se cuidó a la hora de no maquillar, en el caso de los comicios venezolanos, el supuesto 60% de abstención.

    Frente a tanto despropósito, uno se pregunta cómo recuperar la democracia y la libertad robadas. El camino no es fácil, pues requiere el compromiso, la valentía y la unidad de una ciudadanía que es presa de las purgas políticas, económicas, laborales y hasta judiciales propiciadas por la maquinaria tiránica y las estructuras despóticas.

    Si a ello le añadimos el miedo, la descoordinación entre las candidaturas opositoras, la desconfianza en los poderes del Estado, y la falta de determinación de los organismos internacionales a la hora de denunciar y sancionar a las autocracias, fácilmente entenderemos el arduo camino que deberán recorrer nuestros hermanos para alcanzar la libertad y el progreso añorados.

    Confiemos en que las jóvenes generaciones, con la ayuda de las redes sociales y nuestro apoyo, logren propiciar esa primavera caribeña que todos los demócratas deseamos.

    28 nov 2021 / 01:00
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