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Del duelo a la ficción

Decía el viejo tango que “el mundo siempre fue y será una porquería, yo lo sé, en el 506 y en el 2000 también”, y es cierto, lo fue y lo es, porque las pasiones siempre han sido las mismas. B. de Mandeville es autor de la Fábula de las abejas, y defendía en ese libro con el que nace la economía política que los vicios privados hacen las virtudes públicas. Quería decir que la sociedad es el entrelazado de unos intereses individuales que se equilibran mutuamente mediante la mano invisible del mercado. Hoy sabemos que esa mano sí que es invisible, pero hay unos hilos con los que los titiriteros dueños de todo la controlan. Y por eso lo que ocurre es que la suma de dos más dos vicios no es una resta que los equilibra dejándolos en cero, sino que es igual a cuatro y la suma de los vicios no lleva al equilibrio, sino a la catástrofe.

El verdadero creador de le economía política, Adam Smith, siempre pensó que igual de importante que su Riqueza de las Naciones lo era su Teoría de los sentimientos morales. Defendía que los intereses egoístas del mercado tienen que estar equilibrados por los sentimientos y las ideas morales, que priman la solidaridad y la cohesión sobre la competencia, y que se basan en el sentimiento de la empatía, que nos permite comprender en cierto modo el sufrimiento y el dolor de los demás y nos anima a intentar aliviarlos.

Nadie puede sentir el dolor que otro siente. Ningún hombre, por ejemplo, puede saber cómo es el dolor del parto, ni tampoco lo que supone sufrir la tortura o haber pasado por situaciones límite, como la guerra o las matanzas y la experiencia del genocidio. Pero si no intentásemos aproximarnos a lo que pudo haber sido la vivencia de esas experiencias, quizás la propia vida social se tornase imposible. Hay personas, como los líderes religiosos, políticos, los intelectuales y los artistas, que intentan hacer comprender el dolor de los demás y contribuir a paliarlo, por lo menos en parte. Pero también es verdad que esas personas pueden convertir en industria o negocio ese dolor. Los abusos y la avaricia de los sacerdotes son bien conocidos desde la Antigüedad, y lo mismo podría decirse de los médicos y los dirigentes políticos demagógicos que fueron expertos en manipular para su propio beneficio los sufrimientos y las pasiones de las clases populares en las ciudades democráticas griegas.

En nuestros sistemas parlamentarios la búsqueda de los votos funciona en gran parte siguiendo las leyes del mercado. Pero se trata de un mercado curioso, el mercado de la persuasión, en el cual mediante las palabras se debe lograr que los ciudadanos den gratis su bien, el voto, a unas personas que les prometen algo, sin que se les pueda exigir garantías de que lo vayan a dar. Uno de los elementos clave de la persuasión es la capacidad de mostrar empatía con las necesidades y los sufrimientos de los votantes; una empatía que muchas veces es real, pero que también puede fingirse, y por eso se puede correr el riesgo de no saber distinguir lo real de lo fingido. Y no solo eso, sino que como la esfera pública la controlan los grupos políticos, puede darse el caso de que las lágrimas de cocodrilo de los políticos ahoguen a las lágrimas reales de la gente corriente.

Los políticos han de demostrar empatía con las causas justas, que son las que ellos deciden que son justas, y como para hacerlo tienen que separar lo justo de lo injusto pueden acabar por convertirse, o bien en una especie de justicieros reales, o bien en justicieros imaginarios y jueces de los muertos, dividiendo a los muertos en buenos y malos, ya no solo para administrar una especie de justicia poética, sino para manipular los sentimientos de quienes todavía están vivos y pueden votarlos.

Una de las formas de argumentar en la política actual es la comparación entre épocas, pueblos, culturas y todo tipo de situaciones, pudiéndose llegar a lo más inverosímil. Una vez Xabier Arzalluz dijo que el conflicto entre España y Euskadi era como el de los hutus y los tutsis, cuando uno de esos dos pueblos intentaba exterminar al otro a machetazos. Para Arzalluz y muchos nacionalistas periféricos españoles todo en la historia de España es un símil: Roma, los visigodos, los leoneses, los castellanos, o Madrid y los borbones representan al centralismo, que es malo en sí mismo; y las guerras cántabras contra Roma, los suevos, los condados catalanes, las revueltas campesinas anti-señoriales medievales, las rebeliones de los catalanes, el carlismo y los independentismos representarían todo lo contrario.

Como la historia es una narración con sus protagonistas y antagonistas, es muy fácil defender esos argumentos, cosa que no es exclusiva de los historiadores hispánicos, sino común a los historiadores de la mayoría de los países. Pero una cosa es escribir libros de historia sobre los galos y Francia o los germanos y Alemania, y obligarla a enseñarla en las escuelas, y otra muy distinta es expropiar el dolor de los demás. Y en esto se convierte la llamada memoria histórica, que no es en modo alguno la de quienes vivieron y sufrieron la peor parte de la historia, sino el discurso y la representación fingida de ese dolor por parte de políticos, profesores e investigadores que parecen querer ser siempre la novia en la boda y el muerto en el entierro. Son ellos lo que han creado la industria de la memoria en la que los supervivientes de las injusticias de la historia o sus descendientes casi nunca han tenido nada que decir, porque no les han dejado hablar, argumentando que solo la ciencia histórica sabe explicar los que ellos han vivido. De este modo historiadores que no han vivido nada de lo que pretenden estudiar se convierten en víctimas fingidas, a la vez que usufructuarios de los fondos de investigación públicos.

Si analizamos las cifras publicadas por el gobierno de Zapatero sobre la financiación de la memoria histórica, veremos que casi nada se dio a los supervivientes y descendientes de las víctimas del franquismo, y que se financiaron investigaciones, pero también conciertos conmemorativos, excursiones y publicaciones a precios disparatados (ver relación Ministerio de la Presidencia, 2006-2010). Los levantamientos de fosas que se hicieron nunca lo fueron siguiendo el procedimiento legal, con forenses y jueces, sino como experiencias arqueológicas, lo que anuló cualquier consecuencia jurídica, quizás porque eso es lo que se quería. Solo desde hace muy poco se intenta corregir ese error.

Podemos poner un ejemplo, tomado de libro de Pedro Piedras Monroy La Siega del Olvido, (Siglo XXI, Madrid, 2012), cuyo autor es nieto de un joven jornalero asesinado. Cerca de Valladolid están los pueblos de Alaejos y Nava del Rey, dedicados al cultivo del trigo y la vid en 1936. En ellos la mano de obra eran jornaleros muy pobres que en su mayoría eran socialistas o anarquistas. Al estallar el golpe intentaron frenarlo, asaltando el cuartel de la Guardia Civil, pero fracasaron, porque la intervención del ejército y el trabajo sucio de la falange aplastaron la rebelión.

Muchos jornaleros fueron detenidos, juzgados, siendo algunos ejecutados tras proceso sumarísimo y otros encarcelados. De estos, muchos murieron de tuberculosis y otros acabaron en el manicomio. Muy pocos salieron de la cárcel con vida. Pero uno de ellos fue Ángel Piedras, hijo del jornalero asesinado, que sacó adelante una numerosa familia con un pequeño bar y que sin saber escribir correctamente dedicó años de su vida a escribir en un viejo cuaderno de contabilidad las listas de los encarcelados y de los asesinados por los falangistas y por personas como el médico de Nava del Rey, cuyos cadáveres, enterrados en un inmenso pinar, nunca fueron hallados. El hijo del alcalde socialista de 1936 y otros vecinos intentaron por las noches, sobre todo, excavar para hallar a esos cientos de muertos, pero nunca consiguieron encontrarlos.

En el vecino pueblo de Alaejos un grupo de arqueólogos consiguieron hallar una fosa. La levantaron y el pueblo hizo una tumba común con los nombres de las víctimas de 1936. Pero, celebrado el entierro, posteriores análisis de ADN demostraron que esos muertos no eran sus familiares, sino víctimas desconocidas, lo que añadió dolor al dolor y demostró el gran valor de las investigaciones forenses y el escaso de las universitarias.

Por el contrario, en Nava del Rey, partiendo de la lista de Ángel Piedras, los descendientes de las víctimas decidieron construir un monumento en el pinar de esos muertos olvidados con los cientos de nombres de las víctimas, agrupados por familias. En la inauguración no estuvo, ni se le invitó, ningún político, ni ningún grupo de historiadores. Se leyeron los nombres, se pusieron flores y una bandera republicana, y los asistentes comieron por familias en el pinar bajo el duro sol del verano castellano. En ese pinar sigue ese monumento de bronce. Los guardias forestales mantienen siempre limpia la zona y algunos días, cuando amanece, se ven flores frescas que alguien dejó la noche anterior. Esto fue la historia de unas víctimas de la guerra civil: sufrimiento, dolor y un silencio, ahora ahogados por las voces de nuevos farsantes que fingen ser las verdaderas víctimas de unos hechos ocurridos hace 85 años.

26 sep 2021 / 01:00
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