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Dependientes, no queremos verles

    NO se ven. Pero no porque no los veamos, sino porque no queremos verlos. Así de simple. Así de claro. Dependencia. La antítesis del ser humano independiente, libre para hacer, para moverse, para realizar los actos vitales por mínimos que sean desde el mero hecho de levantarse por sí mismo, asearse a poder simplemente comer sin ayuda de otra persona. En España son cientos de miles las personas dependientes, aquellas que, en diferentes grados y niveles, necesitan la ayudan de otras personas. Cuando en 2006 se aprobó la norma sobre la dependencia se habló y jalonó el cuarto pilar del estado de bienestar. Muchas campanas al vuelo y un excelso triunfalismo han dado pie a una realidad bien diferente. Estos días un dato era y es desalentador, cada ocho minutos fallece en nuestro país una persona con dependencia sin que se le haya reconocido y, por tanto, recibido ayuda de ningún tipo. Un fracaso colectivo que también nos evidencia como sociedad y como las prioridades pasan de largo.

    Catorce años después de aquella norma y sin que ahora mismo cotejemos la respuesta pública y la privada debemos llamar a la reflexión colectiva. La reflexión pública de una sociedad cada vez más envejecida, y donde las necesidades de nuestros mayores (no todos los dependientes son mayores) han quedado de manifiesto en los meses en los que el Covid los ha golpeado de una manera brutal. No hay cifras oficiales y reales de cuántos mayores han fallecido, ni siquiera salvo algún medio se atreve a dar una cifra de cuántos han muerto en residencias, otra cuestión es incluso plantearnos en qué condiciones han fallecido. De ellos muchos estaban en situación de dependencia y los cuidados recibidos dejan o han dejado mucho que desear y ojalá estos sean o fueren casos excepcionales.

    No se ha tomado lo suficientemente en serio esta necesidad ni desde lo público ni desde lo privado. Este es un país donde la geriatría, la atención múltiple y transversal a las personas mayores es una realidad y una necesidad, también un negocio. La respuesta que han dado las aseguradoras ha sido mínima, habida cuenta que dificilmente salvo por cobertura complementaria pocas personas contratan un seguro de dependencia amén de las limitaciones cuantitativas y prestacionales que llevan aparejadas las pólizas.

    Treintas y dos mil personas en situación de dependencia han fallecido el año pasado sin recibir ningún tipo de prestación en esas ocultas e invisibles para todos listas de espera que con tanta demagogia y displicencia se habla solo cuándo interesa políticamente.

    Una sociedad que no sabe cuidar a sus mayores tiene un gravísimo problema. Quedarse inermes no es una respuesta. Menos una solución. Que se lo digan a las madres, a las hijas, a las esposas, pero también a los padres, a los maridos, a los hijos de quiénes día a día, noche a noche cuidan en el silencio y la soledad a tantos y tantos dependientes.

    07 ago 2020 / 00:15
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