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Desde la Corticela mirando a la Catedral

Por Salvador Domato Búa, Director del Archivo Histórico Diocesano de Santiago de Compostela

La Corticela sabe que es una “pequeña capillita”, como frecuentemente la llaman cuando hablan de ella. Pero a la Corticela no le importa que el término pudiera parecer despectivo. “Capillita, “capillita”... . Ella que –situada en el centro geográfico del primer reino cristiano de Europa– pudo haber albergado el cuerpo del Glorioso Apóstol Santiago mucho antes que el altar mayor de la Catedral; ella, que sobrevivió a Antealtares, al califato cordobés, a Almanzor, al reino astur-leonés... que fue memoria, templo martirial, monasterio, baptisterio... . La Corticela es grande porque es madre; cuando por el ábside, en la hoy llamada capilla del Salvador, comenzaron a ampliar la Catedral y miraba extrañada a aquella hija tan grande que le iba creciendo y sentía entre miedo y orgullo (una mezcla de miedo y orgullo). Tenía miedo de que cuando la hija estuviera acabada a ella la abandonaran cual trasto viejo... y tenía un indisimulado orgullo viendo subir paredes y torres de la hija. ¡Qué hermosa es!, pensaba; y de pronto fue consciente de que la hermosura no eclipsaba su humildad y sencillez. Es más, se hace imposible no caer en el orgullo, pero debemos recordar que esta gloria nace para ser conscientes de nuestra sencillez; que el centro del mejor pétalo de la rosa de piedra es para la caridad y el amor de Dios. Este magnífico artificio es solo ese puente que busca la conexión entre Dios y el hombre.

Se entendieron bien y la Corticela vio crecer a la Catedral: arquitectos y artesanos buscaron la seducción de los sentidos, suscitar emociones, comunicarlas, establecer un puente entre lo que se observa y lo que se transmite; el estremecimiento del alma. Vibró con ella en los grandes acontecimientos, la sintió lugar de reconciliación y de esperanza y ella, allí en un rincón, ve las plegarias al Santo Cristo de la Oración en el Huerto, los Bautizos de los niños, alguna boda de extranjeros y gente que, sentada, habla con Dios sobre ellos mismos... y a los turistas que no saben de silencios. Pero está contenta. Además últimamente, después de meses de obras bien dirigidas por el Canónigo de las obras, abrió nuevamente las puertas a unos feligreses extasiados por su belleza: por el Pórtico de la Gloria luminoso en sus frescos con Daniel más sonriente que nunca, con las pinturas deslumbrantes de la Capilla Mayor y el Baldaquino que señorea la Cripta Apostólica y altar fulgente en los oros y las lámparas votivas; en los recios muros limpios del paso y los sudores de los cansados peregrinos.

No es una Catedral nueva. Es la Catedral de siempre puesta a punto para un futuro que será más grande, aunque ahora el dolor de la Pandemia la mantiene en una cierta soledad. La “no nueva” belleza, que siempre estuvo ahí, sale ahora para asombrarnos y sacarnos de nuestra miopía de lo cotidiano. Para que seamos conscientes de nuestro tesoro, del que no somos propietarios, solo custodios, la corona de esta Jerusalén de Occidente.

Sí, la Corticela madre está orgullosa de la hija que la supera pero no la ahoga porque la sencillez y humildad brillan siempre, aunque sea al costado del resplandor de la gloria.

17 abr 2021 / 01:00
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