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Días de mimo y cosas

Hay días en que, por vicisitudes personales de diversa índole, al payaso maldita la gracia le hace tener que salir al escenario a intentar provocar carcajadas entre el público. O al futbolista verse obligado a saltar al césped a darle patadas a un balón. O al sacerdote celebrar un bautizo, por mucho que sea la fiesta de acogida de un nuevo miembro llegado a la comunidad religiosa que se profesa. Se supone que son profesiones vocacionales, anímicamente muy reconfortantes y, sin embargo, siempre hay un maldito día en el que el cuerpo le pide a todo profesional un generoso respiro. Una mínima tregua antes de tener que seguir haciendo frente a las rutinas del trabajo. Un paréntesis incluso algo abrupto que sirva de profundo desahogo. De repente, mandar a paseo a los espectadores sedientos de bromas y sonrisas, meterle la pelota por donde les quepa a los aficionados más fanáticos y anhelantes o hacer añicos la pila bautismal con un fálico bate de béisbol. ¡Qué imagen tan hermosa la de quien se desbloquea súbitamente y se libera del infernal ruido sordo que le acosa y le hace estallar la cabeza con una de estas humildes y enérgicas reacciones catárticas tan domésticas!

¡Qué crueldad a la que se enfrenta también el periodista ante el inicio de una crónica política o literaria en uno de esos días espantosos de similares características negativas a los que pueden sentir el payaso, el futbolista o el sacerdote, profesiones que como todas caben en la magia de su pluma, cuando le llega el momento de dar el salto al vacío y comenzar su función ante el folio en blanco! El problema no es que no se te ocurra nada en días así, simplemente es algo mucho peor, son unas tremendas ganas que te entran de romper en mil pedacitos el dichoso papel que espera el dictado de tus palabras, algo del todo imposible, pues ya sabrán que el periodismo del presente no se cosecha con plumas y folios, sino que se plasma a través de pequeñas computadoras, una tecnología superior pero que resta glamour al oficio, de ahí que se recurra con frecuencia a las metáforas para describirlo.

Despedazar un folio es barato; un ordenador, no tanto. Por eso, es mayor la frustración que causan momentos como estos en los que ni siquiera con metáforas o alguna figura retórica más, como la hipérbole o la ironía, te concentras en un tema concreto y no tienes nada claro si centrar tu escritura en la victoria de Giorgia Meloni en Italia o en la de Luis Enrique en Portugal, cada una de diferente naturaleza pero ambas con ciertos componentes de intolerancia y de peligrosas consecuencias las dos: la primera para la democracia en Europa; la segunda, porque refuerza al hombre cuyo pecado mortal es no saber reconocer un talento descomunal como el de Iago Aspas. Son dos triunfos que en el fondo, para la inteligencia humana, representan dos derrotas, y como de derrotas ya vamos estos días más que sobrados, seguimos sin encontrar un tema claro al que abrazarnos para ir construyendo letra a letra estas Contrariedades mías que, yendo como van desde hace algunos meses en la penúltima página del periódico, puede que auguren que por ahora no llegará todavía la hora de escribir la última.

Del redactor se espera una narración honesta y veraz sobre los hechos que ocurren, una visión informativa que antes de salir a luz pasa obligatoriamente por el tamiz de sus subjetividades, ya sean estas sólo estilísticas o también conceptuales. Este proceso hace que cada pieza periodística sea distinta, creando una riqueza inmensa de textos originados a partir de un mismo hecho. Ya no digamos cuando éstos pertenecen a los géneros más personales, de opinión e interpretación. Pero el periodista también tiene sus propios días de terror personal en los que, como al clown, al jugador, al cura o a cualquier profesional de todas las ocupaciones posibles, le cuesta salir a la palestra a cumplir con su deber. Jornadas en las que preferiría no alejarse de su guarida, herido como está por cosas de la vida. Herido e irascible, lastimado por perdigonadas directas al alma y amenazas de desahucios, necesitado del calor que sólo recibes en la oscuridad íntima de tus jardines más sagrados.

Hay días terribles cargados de ira, de situaciones que tumban al más fuerte y secan la inspiración de los más ingeniosos. Pero el mundo no para de girar por ello y a todos nos arrastra a seguir su rueda. El payaso saldrá a hacer reír, el futbolista a meter goles, el sacerdote a mojar en agua fría a un recién nacido y el lector de El Correo no se quedará tampoco sin su crónica. Es lo que distingue a la gente honrada.

30 sep 2022 / 01:46
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