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Leña al mono, que es de goma

Cuando Martin Sheen se metió a peregrino

    Cuando el actor norteamericano Martin Sheen y su hijo, Emilio Estévez, anunciaron su intención de rodar una película sobre el Camino de Santiago animados por el cariño que sentían por la tierra de sus ancestros, Galicia, algunos cabroncetes malpensados sospechamos que lo que de verdad les movía era el deseo de embolsarse un pastizal a costa de los fastos del Xacobeo 2010. De aquella, hace ya diez años, la Xunta tenía mucho interés en que la inminente celebración de un nuevo Año Jubilar saliese a pedir de boca, así que el dinero fluía abundante y ligero a la hora de patrocinar mil proyectos que, como la citada película, pudiesen dar relumbrón al asunto.

    Nuestras peores sospechas se confirmaron cuando conocimos el guión del subvencionado film: un oftalmólogo norteamericano, bien situado económicamente y viudo, recibe un mal día la noticia de que su hijo ha fallecido mientras cruzaba los Pirineos a pie con un tiempo de perros. El abatido padre, que nunca se ha llevado bien con su hijo por tratarse de un joven disperso y aventurero, cruza el charco para recoger las cenizas del difunto y allí, en la Francia fronteriza con España, se entera de que su muerte se produjo cuando iniciaba el llamado Camino de Santiago, ruta con mucha tradición en varios países europeos pero prácticamente desconocida en Estados Unidos. Total, que el apesadumbrado papá decide hacer el Camino que su hijo no pudo recorrer y, sin más demora, pone rumbo hacia Compostela. Todo ello sin haber entrenado lo más mínimo y sin más compañía que su tristeza y una mochila en la que guarda las cenizas del joven, que irá depositando en distintos enclaves de la Ruta.

    O sea, un argumento de lo más facilón, de esos que puedes esbozar en apenas unos minutos en una servilleta de papel mientras tomas un cervecita en una terraza. Hombre, lo cierto es que podría haber sido todavía más tontorrón, porque en la trama faltaba la típica esposa doliente que despide a su andarín marido con lágrimas en los ojos, y sobre todo el clásico niño coñazo que se abraza a su padre mientras dice algo así como "papá, por favor, no te mueras tú también. Mamá y yo nos quedaríamos solos", pero los cenizos barruntábamos que en la película aparecería finalmente alguna escenita de ese calado.

    Aunque la cosa pintaba, a priori, francamente mal, de justicia es reconocer que el proyecto nos llamaba también bastante la atención debido al actor principal del tingladillo, aquella especie de clon de James Dean que en la película Malas Tierras, rodada en 1973, se carga a todo hijo de vecino durante una desesperada huida por Dakota adelante. Badlans es tan hermosa, lírica, triste e impactante que sería un pecado -pensábamos- ver a Martin Sheen convertido, ya de mayor, en un peregrino lloroso. En ella hay muchos amaneceres amarillos, bailes nocturnos en parajes desérticos a la luz de los faros del coche, caminos polvorientos, cielos plúmbeos, mil silencios entre el protagonista y su jovencísima acompañante -querida Sissi Spaceck, nunca estuviste mejor-, espacios abiertos y, cómo no, un automóvil capaz de tragarse al menos cincuenta litros de gasolina cada cien kilómetros.

    Revisar un film así supone tener que admitir con pesar que ya nunca podrán rodarse más road movies de estas características. Corren nefastos tiempos para la lírica y no hay más remedio que reconocer que los coches actuales tienen menos encanto que un tiesto de plástico, todo lo contrario que aquellos enormes V8 que rugían como bestias por la Ruta 66. Para colmo, las nuevas generaciones de actores yanquis tienen sonrisas perfectas, son adictos al gimnasio, tienden a ser veganos y seguramente, fruto de su compromiso con el ecologismo, el cambio climático y el pacifismo, se opondrían a protagonizar una película en la que todo son tiros y olor a gasufla quemada.

    En todo esto pudimos meditar largo tiempo, convencidos de que la peregrina película de Martin Sheen sería un fiasco, hasta que varios meses después nos llegó la noticia del estreno de El Camino, The way para el público de habla inglesa. Total, que hacia la sala de turno nos dirigimos con el colmillo bien afilado para hincarlo con ganas en un producto que prácticamente, gracias a nuestra preclara clarividencia, ya habíamos sentenciado a muerte. Y bien, ¿qué pasó? Pues básicamente que tuvimos que reconocer que estábamos equivocados. Y admitir que jamás hay que prejuzgar a los yanquis cuando se ponen detrás o delante de una cámara, incluso cuando solo cuentan con un guión flojucho sobre un tema, el fenómeno jacobeo, del que no tienen ni repajolera idea.

    O sea, que la peli es muy buena, ¿no? Pues no, en absoluto, e incluso en ciertas ocasiones chirría más que los ejes de la carreta de Atahualpa Yupanqui, pero se trata de un producto honesto, bien realizado y que cumple casi a la perfección con el proposito que perseguía, no otro que dar a conocer y promocionar el Camino de Santiago en Norteamerica. Si atendemos a las cifras, pocas veces la Xunta hizo una inversión más rentable, porque The way supuso tal bum en aquellas tierras que en la actualidad se lanzan a hacer la Ruta casi 20.000 caminantes yanquiladios cada año, cuando su presencia antes de que su primo Sheen se calzase las botas era residual, de apenas unos cientos. Hoy superan en número a los británicos, franceses e incluso portugueses... y el furor sigue creciendo gracias al boca a boca.

    Volviendo al resultado global de The way, y ya que hablábamos antes de Malas tierras, puede decirse que tiene una estructura casi de road movie setentera. Los diálogos son austeros, las emociones se mastican en el interior y los paisajes son los que mandan. Por fortuna, ni el Apóstol ni ninguna fuerza divina caen en la cursilada de obrar milagros en las circunstancias de los protagonistas, de forma que no se vuelven fervientes católicos, ni olvidan su pasado, ni pierden la gula... ni siquiera la única mujer del grupo consigue dejar de fumar al llegar a Compostela. En cambio, la Ruta sí consigue exaltar el espíritu de tribu, hasta el punto de que cuatro perfectos desconocidos, cada uno de un país diferente, acaban sellando una peculiar amistad que les lleva incluso a renunciar a las comodidades de las habitaciones individuales contratadas en el parador de León para compartir sofá y suelo en una única suite.

    La Xunta, ahora que el nuevo Año Santo está a la vuelta de la esquina, acaba de anunciar que concederá de nuevo jugosas subvenciones a quienes presenten un atractivo proyecto audiovisual, película o serie, sobre el Camino. Ojalá todo resulte igual de guay como The way, aunque los cabroncetes malpensados estamos convencidos de que no será así. De hecho, ya nos estamos imaginando a un vegetariano fibroso cruzando O Cebreiro con sonrisa Profidén y nos entran sudores fríos. Uf, uffff.

    EL AUTOR ES PERIODISTA

    24 jun 2018 / 01:36
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