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Senadores en la Santa Compaña

    LO que se llama Senado tiene un precedente gallego de larga tradición: la Santa Compaña. No hay nada que impida pensar que los padres gallegos de la Constitución se inspiraron en la Estantigua para impulsar esa figura parlamentaria. En ambos casos se trata de ánimas, civiles o políticas, que se pasean por los bosques o a lo largo de un palacio muy coqueto, ocasionando controversias notables porque hay quien dice que las vio y quien se muestra agnóstico al respecto. Llevamos siglos sin saber a qué atenernos con los espectros enxebres, si bien está claro que no se han aclimatado a la Galicia urbana, donde las supersticiones tecnológicas han sustituido a las tradicionales.

    Asimismo la Cámara alta, a pesar de esa altura que le otorga la Constitución, también está en un limbo ubicado entre el mundo político de los vivos y el de los difuntos. Pocos de los espíritus con escaño regresan al primer nivel de la política, sino que permanecen en letargo hasta que se diluyen o suben a la nube a hacer compañía a los algoritmos. Mientras el trance no se produce, allí permanecen en una calma sólo alterada por los debates recurrentes sobre la reforma de la institución para adecuarla a la estructura autonomica, que al principio tenían cierto interés pero que han acabado por convertirse en un rito intrascendente.

    ¿Por qué escribir entonces sobre un organismo que alberga seres incorpóreos? Porque un acontecimiento reciente confirma esa utilidad póstuma. El Parlamento gallego ha designado a los tres senadores que representan a la comunidad, y se ha producido la curiosa coincidencia de que los tres acaban de perder las elecciones municipales. Una en Vigo y los otros dos en Ourense y A Coruña. Entre los cientos de miles de posibilidades que había para elegir, los dirigentes del PP y el sector oficial de En Marea señalan precisamente a quienes fueron castigados por los electores.

    Es una forma de reñirle al votante por no haber apreciado las excelencias de los politicos derrotados. En buena lógica democrática, tanto Muñoz como Vázquez y Sande tendrían que haber pasado una temporada en hibernación cumpliendo penitencia por sus resultados y sólo después incorporarse a una nueva tarea, y sin embargo se opta por añadirlos a la Santa Compaña parlamentaria. Ganan su sitio en una especie de segunda vuelta en la que no tiene arte ni parte el pueblo soberano.

    Siempre nos quedará el Senado, podría decir el trío de afortunados emulando a Rick el de Casablanca. Para resucitar a esta obsoleta institución que es el alma en pena de la democracia no se precisan grandes reformas, sino un cambio tan pequeño como promocionar a políticos de peso, o al menos a quienes no salgan de una sonora derrota electoral. Mientras no se haga tal cosa la Cámara seguirá siendo un sitio donde no se sabe si están más vivos los próceres de los cuadros que adornan los salones, o los senadores de la legislatura. Para los miembros de la Santa Compaña que llevan siglos apareciendo y desapareciendo, sus señorías son sólo intrusos aficionados carentes de solera. Digamos pues que en los senadores no creemos aunque habelos, hainos.

    Periodista

    01 jul 2019 / 22:28
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