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El test Javier Guerra

    LOS headhunter de Ciudadanos han tenido en Galicia un cierto éxito en la caza menor. Han sabido otear las piezas, seguirles el rastro y atraparlas con movimientos rápidos y precisos incluso en cotos tan cerrados como el PP ourensano. Faltaba sin embargo un jabalí, ese animal heráldico que representó al gran Fernán Pérez de Andrade, cabeza de la nobleza galaica. Faltaba esa pieza que confirmase que el partido de Rivera echaba raíces de verdad en un territorio que se le resiste. La más visible era Javier Guerra, el exconselleiro de Feijóo que resistía impávido las serenatas ciudadanas al pie del balcón.

    Pero ¿por qué su conversión a lo naranja hubiese sido diferente a todo este rosario de captaciones que estamos viendo? Pues porque no lo necesita ni política ni profesionalmente y tampoco lo movería el rencor. En otros casos da la impresión de que las nuevas incorporaciones son trapecistas que sueltan un trapecio y necesitan agarrar otro enseguida para no caer al suelo. Los ojeadores y sabuesos de Ciudadanos nunca pueden estar seguros de cuál es la motivación profunda de los recién llegados, algo todavía mas difícil de saber en la medida que todavía es una incógnita la política gallega del partido. En cierta medida, la formación de Rivera crece en estos lares gracias a un sistema de confluencias parecido al de las Mareas, cuyo resultado para los de Villares está a la vista. Ingredientes dispares, procedencias antagónicas y objetivos difícilmente armonizables.

    Guerra se fue en paz de la primera línea. Volvió a ser el empresario de éxito que siempre fue y no se le recuerda una declaración biliosa contra su sigla de toda la vida, por más que fuesen conocidas sus discrepancias con la política viguesa del PP. Nada que ver por lo tanto con Silvia Clemente, la líder del PP castellano-leonés que ve la luz de forma repentina, emigra a Ciudadanos para ser candidata a la presidencia, se beneficia de un torpe pucherazo y finalmente se queda compuesta y sin cargo.

    En resumen, que Javier Guerra se había convertido en el gran test del partido naranja en Galicia. Seducir a alguien de su fuste hubiese sido una magnífica señal y fracasar en el intento una señal de que la marca tiene muchos problemas para encajar en la comunidad. Finalmente es esto lo que ha sucedido. Debido a la discreción consustancial con el personaje nunca sabremos todas las razones que hay detrás del no. Aun así podríamos aventurar hipótesis en base a lo sucedido en otros casos, entre ellas la distancia notable entre el indudable carisma y frescor de Albert Rivera o Inés Arrimadas y los apóstoles que intentan evangelizar Galicia. Es como si detrás de un hermoso decorado hubiese una realidad poco ilusionante. Podemos imaginar a Guerra tan fascinado por los primeros espadas, como decepcionado por la delegación gallega y acaso sospechando que lo que se quería de él era ser la guinda de un pastel, más que pastelero. En suma, que Ciudadanos parece condenado a la caza menor: algún conejo, alguna que otra perdiz, un faisán o una tórtola. Las grandes piezas se resisten; eso debiera hacer reflexionar a los cazadores.

    Periodista

    14 mar 2019 / 23:02
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