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EE. UU. y la UE como referentes

    PARA lo bueno y para lo malo, acostumbramos a mirar a Estados Unidos como un país de referencia obligada. No sólo en España, sino en todo del mundo. Lo hacemos porque sabemos que lo que se decide, se aplica o se investiga allí, repercute aquí. Como país avanzado a todos los niveles que es nuestro socio norteamericano, es mucho en lo que nos ha aleccionado en las últimas décadas; pero también son conocidos sus errores, algunos de ellos, con fatídicas repercusiones tanto dentro como fuera de la gran potencia.

    Sus presidentes son figuras ineludibles, independientemente del partido que abanderen, ya sea el Demócrata o, como ahora, el Republicano; líderes que, por tradición y en ámbitos como el de la economía o la diplomacia, han protagonizado notables aciertos, pero también incurrido en injusticias.

    Aun así, me sorprende el modo precipitado e incauto con el que los gobiernos y los ciudadanos se apresuran a criticar algunas de sus decisiones, sin reparar en el hecho de que nuestros propios mandatarios no siempre actúan ni con más prudencia ni con más atino que los que mecen la cuna que equilibra el mundo.

    De ahí que muchos de mis colegas estadounidenses especializados en política internacional me confiesen su sorpresa por la falta de autocrítica que mostramos en Europa, me pregunten si acaso pensamos que nuestros líderes lo están haciendo mejor que Donald Trump, y me recuerden el modo irresponsable con el que han asumido la pandemia y se han enfrentado al nuevo coronavirus muchos de los gobernantes de la Unión Europea.

    También me interpelan sobre la descoordinación y la falta de solidaridad entre los miembros de nuestro proyecto europeo
    (recuerden el conflicto norte-sur sobre las ayudas, o el reciente fallo del Tribunal Constitucional alemán). Me sugieren que no hay nada censurable que se haya llevado a cabo en EE. UU. que no tenga una réplica todavía más reprobable dentro de nuestra ejemplar UE.

    Y hasta me reprochan la paradójica facilidad con la que nuestras instituciones europeas proyectan la caída del PIB, el déficit y la deuda en la que incurriremos los integrantes de la Unión, frente a la dificultad que muestran esas mismas instancias a la hora de diseñar planes para paliar las debacles económicas y laborales que tan diligentemente auguran.

    Quizá lleven razón. Quizá nuestra crítica esté mal orientada, y nuestros aliados mal elegidos. Pues, mientras algunos gobiernos, como el español, atacan a nuestros grandes socios internacionales, pierden contratos industriales (véase el de las fragatas de Navantia), y se alían con países de dudosa solvencia logística y democrática, otros, como el propio Reino Unido, hasta aprovechan estos momentos de zozobra y la parálisis de su desconexión con la UE, para acelerar un futuro e inminente acuerdo comercial con Washington.

    08 may 2020 / 21:39
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