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LOS REYES DEL MANDO

Efectos secundarios

    ESTAMOS a punto de la alarma, aunque en realidad la alarma lleva ahí instalada ya mucho rato. Mientras el virus avanza, las televisiones mostraron ese paréntesis de la realidad, la moción de censura, que algunos afearon justo por lo que está pasando y otros, los que la promovieron, la justificaron precisamente por eso. Pero una moción es algo perfectamente legítimo, faltaría más, otra cosa es cómo se comporte, cómo resulte la movida.

    Con un ojo estábamos en el debate entre Trump y Biden, porque ese debate por la presidencia norteamericana es una de esas cosas que hay que ver (aunque sea en diferido y resumido). Será por el morbo comunicativo de Donald, será por ese vértigo y esa división al cincuenta por ciento que al parecer viven los USA, será por lo que sea. El caso es que seguimos los Oscar y seguimos el debate presidencial norteamericano, es lo que hay.

    Con un ojo contemplamos que Trump se moderaba un poco (para lo que nos tiene acostumbrados), quizás porque alguien le dijo que no era bueno continuar por el camino bastante broncas del debate anterior. Biden, que va siempre hecho un pincel, con ese tipín, no suele dar un ruido, ni siquiera cuando entra al trapo de las provocaciones trumperas. Entra, pero poco. Esta vez cometió el error de mirar el reloj a ver cuándo terminaba el partido, y dicen los expertos en comunicación que pedir la hora nunca es buen síntoma. Justamente, los politólogos están mirando el tiempo de descuento, por si Trump se acerca al área contraria: de momento, dicen, está muy lejos.

    Aquí la moción de censura, transmitida también en riguroso directo, no competía con las elecciones norteamericanas, que generan un morbo diferente y ajeno. Aunque no tan ajeno, claro. Llevamos muchos meses con los discursos algo empantanados, con mucha frase hecha o poco hecha, al gusto, y se esperaba una especie de sacudida de la sintaxis, un terremoto de adjetivos, un episodio más de esta batalla en el barro en la que se ha convertido la realidad de este país, y puede que de algunos otros. Lógicamente una moción de censura implica eso, censura y crítica, y, sin embargo, conocí gente que pasó de largo de las pantallas, asegurando que no iba a tener más trascendencia, pues el resultado estaba cantado.

    Y sí, el resultado estaba cantado. Pero no se puede decir que no haya tenido trascendencia. Al contrario, aquello que parecía un trámite, terminó con el momento de más impacto mediático de Pablo Casado, al parecer gestionado con unos pocos, y, por qué no decirlo, diseñado al milímetro. Ya había advertido Sánchez que la moción se parecía a una opa hostil a los populares, y uno diría que éstos así se lo tomaron. Los que recordaron que una moción de censura, si no tiene posibilidades, sí ofrece al menos una oportunidad para dejarse ver y oír durante un par de días, terminaron las sesiones sorprendidos con el resultado: Casado se revolvió dialécticamente para ganar esa batalla de la visibilidad, como si la moción, que Sánchez contemplaba como algo que no podía tocarle, como un trámite un poco engorroso, le hubiera dado de pronto al popular un subidón de vitaminas. Una erupción de centrismo moderado que algunos consideran como el efecto secundario de la moción, mucho más potente de lo que cualquiera hubiera podido imaginar. Sobre todo, Abascal, claro.

    24 oct 2020 / 11:14
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