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¿El amigo americano?

    PARA los que tengan un poquito de morbo político o simplemente un interés siquiera cultural por saber cómo va la cosa, la noche del martes fue larga. ¿O es que no vamos a estar pendientes, un poco al menos, del primer recuento electoral en los Estados Unidos? Díganme que sí, porque si me dicen que no es que me preocupo: cualquier cosa que pase en los Estados Unidos –en cualquier parte del mundo también, pero allí más– pone en juego nuestros propios intereses.

    Sí, es verdad: los económicos, los militares, los ambientales, los culturales, ... yo que sé, todo. Así que, aunque no tengamos derecho al voto en la tierra de los yanquis, nos guste o no, queramos o no, estamos dentro de su partida.

    Y ya sé que decir esto después de los cuatro años de gobierno del chaval ese del tupé forzado –no me extraña que se gaste más de setenta mil dólares al año en peluquería, según él mismo declaró a su Hacienda–, puede resultar un poco, ¿cómo diría yo?: ¿estúpido? No en vano el último presidente de los Estados Unidos fue, pero con mucho, mucho, mucho, el que más se esforzó en tensionar y hasta casi romper relaciones con casi todo el resto del mundo, sus organizaciones y acuerdos multilaterales.

    Es como si Donald Trump quisiese abandonar el papel que ese país vino desempeñando como líder poco dis-cutible del llamado “mundo libre” desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Entre los hijos de ese mundo
    no podía decidirse nada sin contar con ellos. Era así.
    Pero ahora parece que se conforma con tener la fuerza necesaria para imponerse sobre todos, los libres y los que no lo sean. Cambia liderazgo por fuerza. Y eso, me temo, ya no tiene trámite.

    Lo más grande que los Estados Unidos hayan podido haber sido, quizá ya lo hayan sido. Ahora ya no son el país con tanto dinero disponible como para sacar de la miseria a los más pobres. Quizá vaya dejando se ser el que tiene fuerza militar suficiente como para cercenar cualquier tentación desestabilizadora de cualquiera que sea el otro. Ya no son, en fin, el líder indiscutible.

    Para muchos, su compañía incluso puede ser incómoda, cuando no dañina.
    Y la culpa de todo eso es más propia que ajena. Es
    como si no hubiesen percibido los cambios que ha experimentado el mundo desde, por lo menos, comien-zos de este siglo. Uno, el principal: esta mesa ya tie-ne más de una pata.

    Desde luego, los americanos ya no son nuestro úni-co amigo. Hay otros con los que debemos contar. Pero sería una locura pensar
    que por eso ya tengan que dejar de serlo en absoluto. No, ni de broma. Allí no todos peinan tupé.

    05 nov 2020 / 00:00
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