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El Archivo Musical de la Catedral, tesoro que canta en silencio

Ansiosos estábamos de ver la catedral restaurada. Mucho se hablará y escribirá sobre ella y el hecho jacobeo. Su Archivo-Biblioteca, tal como se le denomina actualmente, ha sido un referente siempre y, aunque tiempos han cambiado, seguirá siendo de imprescindible consulta.

No pocos hemos pasado innumerables horas allí, revolviendo papeles hasta conseguir un simple dato, que nos llevara a otra pista o diese con el quid de lo que intuíamos. Es una labor que nos convierte en peculiares detectives, en busca de pruebas concluyentes, o en ratas devoradoras de historias aparentemente trasnochadas que nos atrapan y enganchan. ¡Cuántas alegrías y cuántos quebraderos de cabeza! Pero, de un modo u otro, el esfuerzo compensa.

En la catedral, más allá de la liturgia y de tanta belleza artística –¡que no es poca!– el archivo es un cofre de caudales en los que cada pieza tiene algo que decirnos. Se generó a la par que el templo, por lo que acumula infinitos datos, que dan pie a copiosos relatos. Dicen –y creo que es real– que en los archivos nada se tira y que nada está allí por azar. A veces puede desaparecer de la vista justo aquello que buscábamos, pero esa pérdida –aparente o real– se compensa con un hallazgo más sorprendente si cabe. Y es que un archivo no es un mero depósito, ni un museo, sino un campo de semillas que germinan al paso que se riegan y cuidan con esmero: es pura fuente de vida. Nos habla y nos cuenta un pasado que nunca muere, aunque parezca adormilado.

Dejando la poesía, sigamos... Dentro del archivo capitular está el Archivo Musical, tan rico y de tal magnitud que, como un ente aparte, tiene estancias específicas, reservadas para las tres mil obras compuestas a lo largo de casi cinco siglos, descontando el Calixtino y otros pergaminos medievales que, por sus peculiaridades, no pululan en medio de las partituras –algunas, polvorientas y carcomidas– de los ss. XVI al XX.

Por el antiguo acceso principal, nos adentrábamos en la Sala López Ferreiro, presidida por el retrato de dicho canónigo archivero, verdadero erudito a quien mucho le debemos. En el piso inferior, se hallan los legajos de partituras, en las que no pasan desapercibidas las anotaciones de S. Tafall Abad, otro insigne y poliédrico personaje decimonónico. Lo hago notar porque a ellos les debemos datos y primicias que encauzarían, ya en el XX, la labor de X. Filgueira Valverde, que aportó lo que podría ser un primer esbozo de la historia de la música gallega, y la del P. Calo, que desde mediados del XX catalogó, y recatalogó, esas composiciones musicales.

Hasta la década de los 90, las salas para los investigadores eran inexistentes. No faltaba buena voluntad y disposiciones, pero en cuanto a medios y comodidades aquello estaba, literalmente, a dos velas. La instalación eléctrica era tan inestable que se fundían las bombillas con solo mirarlas, por lo que la escasa luz solar que asomaba entre robustos muros era mejor y más segura compañera de fatigas. Y, aunque muy demandados, los calefactores también brillaban por su ausencia. Lo mismo, sillas, bancos y demás mobiliario. Nada o casi nada había: solo un silencio sepulcral roto por el soniquete de algún músico callejero apostado en una esquina cercana. Aun así, allí el tiempo corría sin percatarnos.

Las nuevas instalaciones inauguradas el 30-11-1989, hechas ac hoc, son otra cosa, aunque en sus inicios lucían un diseño y brillo más aparente que práctico. Menos mal que el entonces canónigo-archivero, D. J. M. Díaz, se las ingenió para darles un toque hogareño y habitable. Nunca se lo agradeceremos lo suficiente. Bien sabía lo que fue y lo que quería que fuese ese remanso de tranquilidad, necesario para llevar a término, sin claudicar, nuestras pesquisas. Si no fuera por él –y por sus esporádicos ayudantes– hubiésemos desistido del empeño. Con su mente privilegiada aportaba, no solo datos precisos, sino humanidad y sabiduría en medio del cansancio, desasosiegos e inevitables desánimos, pues participaba y disfrutaba de cada hallazgo, logro o meta alcanzada, tanto o más que nosotros mismos.

Mucho se podría apuntaR aun acerca de los cambios espaciales y tecnológicos de ese archivo capitular/musical en el último tercio del XX, un tesoro que, desde siglos canta en silencio, a la espera de nuevos rastreadores de historias que continúen con la loable labor de redescubrir y dar vida a la música allí custodiada, valioso patrimonio de Galicia, envidia de tantas sedes de España.

21 feb 2021 / 01:00
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