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El bienio sanchista

El próximo martes se cumple un bieno de Gobierno Sánchez. O, según se mire, dos años desde que fue derribado Rajoy mediante moción de censura iniciada tal día como hoy, en 2018, tan legítima como inoportuna. El país no tiene mucho que celebrar. Salvo para el presidente, su familia, socios políticos, ministros, altos cargos y unos cuantos espabilados sin escrúpulos que aprovecharon la pandemia para forrarse, la inmensa mayoría de los españoles no está para fiestas. Y no solo por el maldito virus, cuyos efectos comenzaron hace dos meses y medio, si no por el tiempo perdido desde la primera toma de posesión, el 2 de junio de 2018, periodo en que fue dilapidando poco a poco la herencia recibida.

Desde el comienzo mismo del mandato se percibe un continuo deterioro de la economía, con especial efecto en las cuentas públicas y la Seguridad Social, y una preocupación especial por el futuro de las pensiones. También se disparó la incertidumbre política y quebró la estabilidad institucional, cuyo principal reflejo fue el adelanto electoral ante la imposibilidad de aprobar los presupuestos. Se agravó con la repetición de comicios al no ser capaces de formar gobierno, y una salida a la desesperada, aceptando matrimonio de conveniencia con quien dos días antes no podría dormir. La situación en Cataluña sigue igual de mal y los acuerdos con Bildu traspasan líneas rojas en el PSOE de siempre.

Y no digamos el Parlamento, actor mudo o ausente, salvo en los últimos días para, en medio de las decenas de miles de cadáveres, frivolizar sobre diatribas sobre marquesados o terrorismos obsoletos, actitudes insultantes para las víctimas, tanto o más si vienen del Gobierno como de la oposición. La función legislativa fue sustituida por el decretazo, al modo de los regímenes autoritarios. La pérdida de calidad democrática es otra de las características del bienio, que se visualiza con claridad estos días en el estado de alarma, una excepcionalidad democrática necesaria pero que, por negligencia o pocas luces, llegó tarde. Ahora, con el mando único, su alargamiento responde más a una concepción autoritaria del poder que a compartir responsabilidades con otras instituciones.

Sánchez celebrará el segundo cumpleaños con los datos del paro de mayo. A ver si el escudo social que dice haber regalado a los españoles y la prohibición de despedir mientras dure el estado de alarma resultan eficaces para paliar una tragedia como la del mes anterior. Las señales de los últimos días, con el cierre de grandes empresas, no inducen al optimismo. Nissan anuncia el cierre en Cataluña pocos meses después de que el presidente afirmara que no ocurriría. Otras del sector automovilístico también se disponen a reducir personal, y las alarmas saltaron en Vigo tras conocer la intención francesa, por boca de Macron, de acaparar la producción del coche eléctrico.

La inacción del Gobierno ante los cierres anunciados de grandes empresas es clamorosa. Bien que lo sabemos en Galicia, y más después del último episodio en Alcoa de San Cibrao. El medio millar largo de trabajadores de la planta de aluminio, varios centenares más de auxiliares y la economía de toda la comarca serán los directamente agredidos, pero el daño se dejará sentir en toda la comunidad. Ocurre de nuevo, por incumplimiento de compromisos, en este caso de un estatuto para los grandes consumidores de energía, tantas veces anunciado como nunca aprobado. Incluso fue incluido en el pacto con el BNG. Desconozco si el nacionalismo le dio el sí confiando en que se cumpliría. No se engañe Pontón, o nos engañe a los demás, si cree que ahora van a nacionalizar la empresa.

Aparte del caso Alcoa de San Cibrao, ya damos por irrecuperable Endesa de As Pontes, abocada de forma precipitada desde el Gobierno al cierre, sin olvidar las aviesas intenciones sobre Ence y otras empresas enclavadas en el denominado dominio marítimo terrestre. El panorama industrial de Galicia, tras el bienio sanchista, se presenta negro. Siempre se dice que hay que salvar a los autónomos y pequeñas empresas. Es obvio, son las que en su conjunto más aportan al empleo, pero sin las grandes no existirían.

Los dos años de este Gobierno –en su primera parte no estaba Podemos pero le daba apoyo– no destacan por su sensibilidad hacia Galicia. Por castigo o incompetencia, incumplió compromisos y deudas, como la llegada del AVE, la transferencia de la AP-9, la devolución del IVA y otros impuestos. Pero el ataque más ilustrativo del maltrato, afortunadamente frustrado, figuraba en los presupuestos del Estado. La inversión se reducía el 20 por ciento mientras en Cataluña crecía un 51 por ciento.

Visto lo visto y ante el panorama que nos espera cabe preguntarse: ¿Qué hubiera ocurrido de estar Rajoy en la Moncloa? Quién sabe. Pero peor, imposible.

30 may 2020 / 23:58
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