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El ‘brexit’ sigue ahí, como el virus

    LO del brexit vuelve una y otra vez, también como el virus. Y no se sorprendan si se enquista, como una epidemia de política de baja calidad. No es que esperáramos grandes cosas de los liderazgos contemporáneos: sabemos cómo está el percal. Una de las características de la política actual es su tendencia al bucle. Su enorme pesadez. Y en eso estamos.

    El nuevo ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, que sustituyó a Laya tras el asunto de Marruecos y otros asuntos, aterrizó esta semana en Londres, antes que en ningún otro lugar. Un guiño, dicen (así lo reconoció su homólogo Dominic Raab) a nuestra condición de vecinos, no sólo a través de Gibraltar, sino a través de los millones de británicos que nos visitan y los muchísimos que son ya ciudadanos habituales de nuestro territorio. Todo esto en medio del laberinto del brexit. No será tarea fácil encajar todo lo que se ha desencajado en los últimos años: quizás sobren o falten piezas.

    Así que la diplomacia con el Reino Unido (estábamos y creo que aún estamos sin embajador, algo que no se entiende mucho) se convierte en un asunto muy principal, con Europa vigilante sobre los desacuerdos que afloran, a los pocos meses del divorcio, y con nuestros propios asuntos gibraltareños y otros, como los de la economía y el turismo, que no son moco de pavo.

    Nuestra relación con el Reino Unido ha sido siempre compleja pero muy intensa, muy dinámica también. Ahora, como país de la Unión Europea, España tiene que jugar esta partida a varias manos y con varias cartas, y no hay seguridad de que llevemos la mejor baza, porque eso siempre es así con el Reino Unido, o si no que lo diga Margallo. El ‘brexit’ es un dislate político, sí, pero eso no quiere decir que los británicos no sigan hilando muy fino prácticamente a diario.

    Que un acuerdo como el brexit no iba a dar más que problemas era algo visto. Y uno tiene la sensación de que Johnson (al tiempo que concede a sus conciudadanos el Día de la Libertad del virus, o algo así) no se inmuta retando a Bruselas: se diría que lo lleva en el cargo y en sus entrañas políticas. Y ahí están los intentos de reformar de raíz el tratado con respecto a los controles de mercancías en el Ulster, porque, como dice David Frost, negociador británico, lo que está pasando es que muchos negocios se niegan a seguir operando en Irlanda del Norte con estas condiciones.

    Muy pronto me parece, la verdad, para querer activar algo parecido al artículo 16, que habla de una anulación parcial si se perciben daños en una de las partes. Y está en juego la frontera dura terrestre en Irlanda, que sería la tormenta perfecta. Pero Europa no empezó todo esto, y no tiene por qué poner en peligro su mercado común. Londres tiene que saber que no puede actuar desde una postura de imaginaria superioridad frente a la UE.

    Estaba claro que pronto verían en Westminster las orejas al lobo. El brexit mal llevado puede convertirse en una pesadilla política. Y, sin embargo, la Unión Europea y el Reino Unido se necesitan, y tienen en común mucho más de lo que los políticos británicos están dispuestos a admitir, por intereses electorales. Y nosotros, con Gibraltar y el turismo inglés, qué vamos a decir.

    23 jul 2021 / 01:00
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