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El cuento del niño malo

    EN mis lecturas pandémicas me sorprenden los relatos de Mark Twain por su moral no convencional. Compilados como La decadencia del arte de mentir, en El cuento del niño malo, por ejemplo, Jim es la contrafigura del niño bueno y de los modelos de conducta de las lecturas sentimentales y edificantes, los sermones y comités de moralización. Comete terribles travesuras, no se arrepiente y la fortuna le acompaña en su osadía transgresora hasta que acaba siendo un canalla socialmente exitoso, mientras el niño bueno fracasa, recibe castigos injustos, etc.

    En El cuento del niño bueno, Jacob obedece órdenes injustas de sus padres, lee libros de moral, no hace travesuras como los demás niños y aspira a ser él mismo modelo de los libros piadosos. Pero nada le sale como en ellos: le dan bastonazos los ciegos a quienes guía, le muerden los perros que salva, etc., y sus esfuerzos por ser bueno se saldan con un lío. Y cuando buscaba “niños malos para sermonearlos”, morirá como un gamberro más tratando de impedir una gamberrada con explosivos, sin despedirse como quería con palabras ejemplares para la posteridad.

    ¿Qué querrían decir ambos relatos y similares del autor? Twain parece entender la moralidad de modo sorprendentemente moderno. No como algo cuyo desarrollo pudiese forzarse mediante libros piadosos o charlas edificantes para domesticación y sometimiento a los abstractos mandatos doctrinales, socialmente correctos, pero sin vínculos con vida y experiencia reales del niño. Parece comprender que el rechazo de los aspectos de su manera de ser que no se adecúan al modelo idealizado al que se le instruye, divide y debilita moralmente al niño conduciéndole a construir un falso sí mismo, a la hipocresía y a la represión.

    Twain da a entender sin teorizarlo que la educación moral no puede separarse del florecimiento espontáneo de la persona y su ritmo de maduración, y que pretender ser “buenos” por imitación según un cierto modo de entender la bondad socialmente correcta y transmitida a menudo en su tiempo (a mediados del s.XIX; como cien años después aún en España), por la familia y escuela partiendo de una malicia natural a doblegar y sin respetar una espontaneidad y modo de ser, impedía el desarrollo de conciencia y de la bondad como expresión de una humanidad no naturalmente perversa.

    Twain escribía antes de la iconoclastia de Nietzsche, de Doña Perfecta de Galdós o de las ideas psicoanalíticas sobre el intimidado “niño bueno”.

    09 jun 2020 / 00:03
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