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El desprestigio del conocimiento

    NUNCA me pareció bien la idea de que la memorización sobra en la educación. En realidad, todas las potencialidades cerebrales son interesantes, pero el cerebro concede importancia a la memoria en sus procesos cognitivos, así que por algo será. En estos días, se multiplican los cambios en educación, con un intento, por lo que leo, de cambiar por completo la forma de enseñar en este país. Ya saben que tenemos leyes educativas a cada paso, y cada una que aparece suele enmendar la plana a la anterior. Lo cual indica que no se ha dado con el sistema educativo perfecto (tampoco creo que sea el finlandés, aunque parece que va muy bien): y puede que no ocurra nunca.

    En realidad, la enseñanza por competencias, con sus derivaciones posteriores, incluyendo el interés relativamente reciente por las inteligencias múltiples, no es algo en absoluto novedoso. Ni siquiera aquí, donde seguimos creyendo que se enseña como hace cincuenta años. Ni mucho menos es así. Otra cosa es de dónde partimos: recuerden aquellas escuelas de la posguerra. Y recuerden, ya de paso, las avanzadas ideas que promulgaba mucho tiempo antes Francisco Giner de los Ríos desde la Institución Libre de Enseñanza. La educación, qué remedio, ha estado sometida a toda suerte de vaivenes políticos, y lo sigue estando, quizás inevitablemente.

    Pero la modernidad de la enseñanza colaborativa, el trabajo competencial, el uso de estímulos y técnicas comunicativas (en los idiomas, por ejemplo), etcétera, no es en absoluto nuevo, ni se aplica ahora por primera vez. Hace demasiado tiempo que todos estos contenidos están presentes en los cursos de las facultades de Educación, y desde luego que se enseñan a los alumnos en el llamado Máster de Educación Secundaria y Formación Profesional.

    La gran polémica aparece cuando la enseñanza se vuelca en el término ‘aplicado’, es decir, en la fundamentación pragmática de todo cuando se estudia. El desprestigio de lo ‘magistral’ frente al nuevo carácter facilitador del profesor ha generado también no pocos debates.

    Los que creen que el exceso de conocimientos se corresponde con una visión antigua de la educación ponen sobre la mesa las nuevas tecnologías: ¿qué sentido tiene aprender cosas si todas las cosas ya están ahí? Una vez que el sueño de la gran Biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges se ha logrado con internet, parece que no debemos dedicarnos a almacenar conocimientos. Preguntemos al señor Google, siempre tan amable. Pero ¿es posible imaginar sobre la nada? ¿No agudiza el ingenio y la creatividad el conocimiento previo del mundo?

    Soy un apasionado de la innovación en todos los campos: ¡hasta en el de las antigüedades!, permítanme la broma. Pero no puedo estar más de acuerdo con Inger Enkvist, la catedrática emérita de español de la Universidad de Lund, a la que tuve la inmensa suerte de conocer hacer años en un congreso en la Universidad de Reims. Ella defiende el conocimiento. Los contenidos, hoy en día poco menos que malditos: “sin datos no hay con qué empezar a pensar”. Y también: “la escuela está vinculada al contenido. Que entres y te cuenten algo que no sabías”.

    Yo defiendo la vida intelectual, la memoria y ¡adoro las enciclopedias! También desde la infancia. Tampoco creo que la Universidad tenga que ser un lugar para preparar profesiones y trabajos futuros. Ha de ser mucho más que eso. ¡Y, sobre todo, con esta decadencia y desprestigio del conocimiento que parece ser, qué cosas, un síntoma de modernidad!

    14 abr 2021 / 01:00
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