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El dictador democrático

Si alguien nos dijese que el nivel del debate político es lamentable, tendríamos que reconocerle que es un optimista nato, porque en realidad ese nivel sencillamente no existe. La charla política se basa en una idea clave: “yo tengo derecho a opinar”, lo que está muy bien. Lo que ocurre es que también yo tengo derecho a opinar por mi cuenta y a no tener en cuenta tu opinión, y como podríamos seguir así hasta el infinito la conclusión a la que tendríamos que llegar es que ninguna de las opiniones posibles sirve para nada. Y es que la política democrática no se basa en el derecho a la opinión sin más, sino en la idea de que cada cual debe querer escuchar, e intentar comprender, la opinión de los demás y así poder compartirla, o no, basándose en el respeto a los hechos y a las normas básicas del razonamiento. Los hechos y los razonamientos son objetivos, no subjetivos, como las opiniones, y es sobre ellos donde se puede construir la democracia.

La charla política al uso se basa en tres pares de etiquetas, que podrían representarse con emoticonos: mío/tuyo, bueno/malo y bonito/feo. Naturalmente forman parejas, de tal modo que se piensa que lo mío es bueno y bonito, y lo de los demás todo lo contrario. Como la opinión es por definición la expresión de la libertad de cada cual, todo lo que oprime esa libertad es malo y arbitrario, y no hay nada más arbitrario que la autoridad encarnada en una sola persona, razón por la cual lo peor que se puede concebir es la monarquía, sinónimo de la tiranía, y semejante a la dictadura.

Estamos ante una idea muy antigua, ya que proviene del pensamiento político romano. Tras la expulsión de los reyes de la ciudad de Roma se instauró la república. Para comprender qué fue esa república debemos partir de una idea esencial. Y es que en ella solo podían ejercer la autoridad sobre sus conciudadanos aquellos que fuesen magistrados. La república romana fue un entramado de magistraturas, pero todas tenían unas características en común. Solo podía ser magistrado un ciudadano varón, que sería elegido si tenía una determinada edad, que podía ser diferente según las magistraturas. Pero es que además todas las magistraturas tenían que ser colegiadas, o sea, tener más de un miembro, para evitar que volviese el poder arbitrario de los reyes, y debían ser anuales, para que nadie se eternizase en el cargo.

Estas son las ideas de las que nació la constitución de los EE.UU., la de la Revolución Francesa, y todas las que le siguieron en la historia intentando respetar la idea de democracia. La monarquía se consideró criticable porque el rey era una persona única, que ejercía su poder de forma vitalicia y además lo transmitía por herencia. Se es rey por nacimiento y no por formación ni conocimientos, aunque muchos reyes tuvieron una excelente formación. El poder del rey puede ser absoluto, si es él quien dicta las leyes, quien es el juez supremo y además quien declara la guerra y cobra los impuestos, o bien ser muy limitado y quedar reducido a una función simbólica y representativa, sin funciones judiciales, económicas y con un mando militar más simbólico que efectivo. Este es el caso de la monarquía de nuestra Constitución de 1978.

El presidente de una república puede tener también un papel simbólico, como es el caso de la Italia o Alemania actuales, o casi el mismo que un rey, como ocurre en los EE.UU., Rusia, China y muchos otros países, pues en muchos de estos casos es el jefe real del ejército, puede dictar órdenes ejecutivas que casi están por encima de las leyes, y controlar gran parte de la hacienda pública, e indirectamente la economía. Se puede dar así la paradoja de que un presidente democráticamente elegido para un mandato limitado se puede parecer más a un antiguo rey que un rey constitucional, según el caso.

Roma quiso evitar a toda costa que volviesen los reyes, pero su república creó una magistratura muy interesante: la dictadura. El dictador romano era un magistrado elegido por un período limitado, pero que concentraba todo el poder en su persona. La dictadura romana era legal y sirvió para afrontar una situación de peligro excepcional, finalizada la cual el dictador volvía a su casa. No podía eternizarse en el cargo, como la mayoría de los dictadores que conocemos por la historia.

Asociamos la idea de un dictador con el mal, porque concentra el poder, lo ejerce de un modo arbitrario y puede violar los derechos de las personas. Pero se da la paradoja de que se ha defendido que puede haber dictadores necesarios, y por lo tanto buenos. Dictadores que no son magistrados constitucionales, como el dictador romano, sino tiranos despóticos imprescindibles para hacer algún trabajo político más o menos sucio, como puede ser eliminar a la burguesía, a los revolucionarios de izquierdas, o a los enemigos de la raza y la nación. Dictadores de ese tipo fueron Lenin y Stalin, Mussolini, Hitler, Franco, y muchísimos más en la historia política hispanoamericana, asiática y africana. Sus gobiernos se mancharon las manos de sangre y llevaron a sus pueblos a la guerra, la miseria, implantando la censura, la intolerancia y el fanatismo.

Naturalmente si el dictador me gusta o me conviene, entonces es bueno, e incluso estéticamente aceptable con sus uniformes, entorchados, palacios, lujos y ceremonias, que pueden ir desde lo sublime de la estética nazi, fascista o estalinista hasta la chabacanería de Idi Amín Dada, o la extravagancia de Gadafi

Pero junto a todos ellos tenemos a un tipo de dictador bendecido por alguna de las filosofías marxistas: el que encarna la dictadura del proletariado, teorizada por Lenin y aplicada por Mao, Ho Chi Min y todos los líderes del bloque del Este y también por Fidel Castro, cuando la presión norteamericana lo convirtió en comunista, lo que no era al principio.

La dictadura del proletariado sería filosóficamente necesaria porque la burguesía nunca cedería el poder tras unas elecciones. Es por eso necesario tomar el poder por la fuerza, y una vez conquistado crear una dictadura para defenderse del contraataque de la burguesía nacional e internacional, que teje las tramas de imperialismo. Para conseguirlo es necesario lo siguiente: primero, crear un partido político único, basado en una doctrina indiscutible; segundo, crear un parlamento en el que solo esté representado ese partido, si es que se quieren hacer elecciones entre candidatos, que mejor será que sean únicos en la lista; tercero, concentrar todo el poder en el partido y su comité central, o ejecutiva, y darle todo el poder a una persona única: el presidente del partido, que será a la vez jefe del estado y presidente del gobierno, así como jefe supremo de las fuerzas armadas.

Conseguido esto, y para poder seguir luchando contra el enemigo de la revolución comunista, fascista, nazi o nacional-católica, será necesario controlar la educación y la cultura de todo tipo, en el llamado frente ideológico. Así se crearán periódicos, medios de comunicación y editoriales afines, que pasarán a ser considerados armas para la lucha. Todo ello unido a la creación de una policía política y de cuerpos parapoliciales. Esta historia se repitió una y otra vez y lo mismo ocurrió en Cuba.

Tras la victoria castrista los EE.UU. iniciaron una política de bloqueo que precipitó a Fidel Castro a los brazos de la URSS, que lo acogió encantada. Así creó un partido comunista calcado del soviético y obligó a todos los cuadros a formarse en Moscú. Armó un poderoso ejército en las mismísimas narices de los EE.UU. y lo utilizó en guerras exteriores como la de Angola. Creó un sistema estatal, que fue eficiente en su momento, pero que nació con dos graves taras. La primera fue el control ideológico, militar y político soviético, que se mantuvo mientras duró la URSS. Y la según fue la creación de una economía de colonia, como la que siempre había tenido Cuba, pero ahora subordinada a la URSS. La URSS suministraba petróleo, muy por debajo del precio del mercado internacional, gracias a su economía planificada. Y lo mismo pasaba con las armas y la tecnología. A cambio Cuba suministraba, azúcar, tabaco, y otros productos, siguiendo el modelo de la economía de las plantaciones coloniales

Todo fue muy bien hasta que la URSS se hundió, y con ella su sistema económico. Llegó la ruina. Ya nadie creyó en lo que se enseñaba en los cursos de “ateísmo científico”, materialismo dialéctico e histórico. La credibilidad del sistema se hundió porque el partido único siguió gobernando con la familia Castro y sus herederos. Los miembros del partido y el ejército siguieron manteniendo sus privilegios ante un pueblo al que se le quiso seguir enfrentando a unos fantasmas anti-comunistas que tampoco existían ya. Y así se sentaron las bases para el fin de una época, que no sabemos ni cómo ni cuándo será. Pero lo que sí podemos ver es que aquí aún perduran admiradores de sus dictadores buenos y verdaderamente democráticos. Son personas que ni vivieron esa historia ni saben nada de ella. Solo saben que es un precioso emoticono para lucir en la camiseta.

24 jul 2021 / 01:00
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