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El egoísmo individual, patético

    AGOSTO, 2020, AÑO de la pandemia; los rebrotes se amontonan en España y en el resto del mundo pese a los intentos de controlar un inesperado brote vírico que nos puso al borde del abismo y semeja una película de ciencia ficción con final apocalíptico.

    Ante este panorama desolador me pregunto si nosotros, como sociedad, simples seres racionales que por definición piensan, podemos hacer algo más que apenarnos, desesperarnos o indignarnos ante la situación que nos toca vivir, esperando sin más a que la tormenta cese, o si debemos enfrentarnos con soluciones y actitudes diferentes a lo que nos rodea.

    Me gustaría que existiera otro mundo en el que nos viéramos con distintos ojos, y que, entre todos, aportásemos un poco más de esfuerzo y esperanza para ver luz al final del túnel. Me pregunto, ¿por qué no creamos otra realidad en la que la fuerza de las personas se imponga a la obligatoriedad de los sistemas? Podríamos empezar por generar ideas y buscar caminos que partan del entorno más próximo, en casa, en el vecindario, en la comunidad... no debería ser complicado, (¿o sí?). Iríamos poco a poco, a ver qué pasa. En nuestro pequeño mundo, intentar cambiar el mundo.

    Pero el egoísmo individual es la cuestión, el problema. Cada cual puede tener mil y una soluciones desde el sofá, pero ponerlas en práctica es harina de otro costal. Es imprescindible que las propuestas más beneficiosas se consensúen y funcionen, debemos despojarnos de estilos de vida propios del pasado, de comodidades, olvidarnos de intereses propios y guiarnos por el bien general, con mayúsculas, el que sí o sí debería prevalecer y que, sin que se entiendan las razones, no es bien visto por muchos.

    Por desgracia, ocurre que ese bien común no se encuentra en las redes, no cotiza en la escala de valores de la humanidad global hiperconectada desde hace ya demasiado tiempo; de ahí que no nos paremos a pensar en los beneficios que nos reportaría. Me temo que hay poco que hacer. Impasibles y desde nuestro lugar de recreo seguiremos en un bucle diabólico a la espera de que sean los gobiernos, de aquí y allá, quienes solucionen la papeleta. ¡Para eso les votamos!, comentarán.

    Después vendrán las críticas mordaces si lo que se decide nos viene mal o no conviene. Seguro que estos días veremos a una mayoría de fumadores criticando a Feijóo por su idea de prohibir fumar en lugares públicos si no se guarda la distancia de seguridad de dos metros (por cierto, soy fumadora, arrepentida de serlo, y le doy gracias al presidente gallego por pensar en el conjunto de la sociedad). Seguiremos, erre que erre, en el yoismo eterno, propio de esta sociedad que se dice civilizada pero que no renuncia a perder sus privilegios “a costa de los demás”. Eterna disculpa.

    La incapacidad del ser humano para tomar decisiones conjuntas sostenidas para el bien global nos acabará pasando factura, No entendemos o no queremos entender que los derechos de los demás son tanto o más importantes que los nuestros. Sencillamente, estamos muy mal educados.

    Mi propuesta para salir del abismo y de la maraña siniestra que nos rodea es muy simple y complicada a la vez: educar a la sociedad en los llamados derechos naturales y superiores, esos que inherentes al hombre y a la mujer se han desvanecido en medio del patético egoísmo individual de los países más desarrollados.

    15 ago 2020 / 00:15
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