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El lenguaje como instrumento de manipulación social

    Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.

    -La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

    - La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda..., eso es todo”

    (Lewis Carroll, Alicia a través del espejo)

    Hace años, cuando un periodista gallego le preguntó a Eduardo Chillida qué le parecía Compostela, Chillida, tras mirar de arriba a abajo a su interlocutor, le respondió sin vacilar : “Santiago tiene pocos defectos, pero los pocos que tiene son muy visibles”. A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, nunca he podido olvidar la rapidez y precisión de la respuesta de Chillida, y ahora, al intentar enhebrar unas cuantas ideas para dar vida a este artículo, la traigo a colación, no para hablar de los defectos de mi ciudad natal, sino de los del Gobierno tanto al abordar y gestionar la actual pandemia, como, por extensión, la gobernanza del país. No sé, la verdad, de cuántos adolece, pero sí sé, a juzgar por lo visto desde que ha accedido al poder, que uno, al menos uno, es muy visible: la escasa fiabilidad de sus declaraciones, agravada todavía más si cabe por la endeblez de su esquema argumentativo, que no es claro, ni coherente, ni veraz. Es cierto que de este defecto han adolecido también algunos de los gobiernos que le han precedido, pero no tal vez, a mi juicio, con la misma extensión, ni tampoco con la misma gravedad, porque la extensión y la gravedad del mismo es hoy en día de tal magnitud que apenas hay institución alguna cuya credibilidad no se haya visto seriamente mermada como consecuencia de él.

    La escasa fiabilidad declarativa y la acusada endeblez argumental son manifestaciones de una evidente incompetencia, pero también de una no menos evidente utilización del lenguaje como instrumento de manipulación social. Una de estas manipulaciones es la oferta de diálogo, una oferta que varía según sea el tipo de interlocutor, ya que la que hace a los partidos de la oposición es una oferta monológica, y no dialógica, desde la imposición y no desde la interlocución, como lo confirma la forma cómo ha negociado la composición de la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica y su plan de trabajo, no sólo limitando su participación en ella, sino también obviando cualquier propuesta destinada a explorar la necesaria reforma de unas estructuras anticuadas e ineficaces, de un marco regulatorio con serios problemas de seguridad y estabilidad y de una administración mastodóntica, lenta e improductiva. En cambio, en el caso de la oferta a los partidos independentistas, son éstos finalmente los que terminan imponiendo la forma, contenido y ritmo de aquélla, como sucedió en el “Acuerdo para la creación de una Mesa entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat de Catalunya para la resolución del conflicto político”, por mucho que el Gobierno, en un nuevo intento de confundir a la opinión pública, se haya empeñado en edulcorarlo, haciendo pasar por diálogo lo que no deja de ser una imposición.

    Otra manipulación es el desvío de la atención de relatos o informes espinosos hacia otros más complacientes, como en el caso de las Diligencias elevadas por la Unidad Orgánica de Polícia Judicial (U.O.P.J.), de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, al Juzgado de Instrucción Nº 51 de Madrid, en relación con las investigaciones llevadas a cabo respecto a la gestión de los problemas derivados de la propagación del coronavirus por parte de las autoridades competentes, y en la reacción del Gobierno ante las mismas. Pese al desmentido oficial, estas Diligencias serían la causa del cese fulminante del coronel Diego Pérez de los Cobos por una supuesta “pérdida de confianza”, y también, acto seguido, de una reacción inmediata de distinto signo, consistente en la subida de salarios a los efectivos de las Fuerzas de Seguridad, con el evidente propósito de distraer la atención de la opinión pública hacia un asunto más complaciente. Esta acción y reacción ofrecen una doble lectura, ninguna buena: por una parte, el desvío de la atención de un asunto mayor a otro menor, con el fin de sepultar una información necesaria -las razones reales del cese- bajo una propaganda innecesaria -la subida de salarios-; y, por otra, el recurso del Gobierno a un ejercicio peligrosamente cotidiano consistente en hacer desaparecer las líneas que, para protección de todos, marcan la separación de los distintos poderes estatales.

    Una última manipulación es la forma cómo el Gobierno de España ha presentado el acuerdo suscrito entre PSOE, UP y Bildu sobre la “derogación íntegra” de la reforma laboral y la forma cómo, poco tiempo después, se ha desdicho del mismo, no sólo negando su contenido, sino también afirmando que no existe contradicción ninguna entre sus distintos miembros. Esta manipulación, rayana en la obscenidad más absoluta, es una prueba más de cómo para el Gobierno, y en concreto para su Presidente, lo importante no es si sus declaraciones son verdaderas o falsas, sino si son útiles, útiles sobre todo para él, para los fines que persigue, de ocupar el poder, no de gobernar, que es una cosa bien distinta.

    Esto me recuerda una afirmación de Indalecio Prieto, en un artículo publicado en El Liberal, en 1935, cuando dijo que “la tarea de amontonar palabras ofrece riesgos enormes, y cuando no hay gran firmeza de convicciones se amontonan de modo informe”, y así es en efecto. Ello refleja, además, el poco valor que para el Presidente tiene la palabra, la suya y la de los demás, una palabra cuya contenido se pierde en la maleza de las contradicciones y que, por mucho que la pidamos, como hizo Blas de Otero en su día, apenas nos queda.

    30 may 2020 / 21:55
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