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El mundo del cóctel

Se piensa que el mundo del cóctel se acomoda en residencias de lujo, pagadas con dinero de todos, y que se retroalimenta opíparamente de sus sobrados conocimientos, buena información y ruidos chismosos. Se dice que esperan a que el tiempo transcurra entre bambalinas y biombos, champanes y sampanes, entre exotismos y bonhomías. Se intuye, que las excusas se inventan, se recrean, se manosean entre mayordomos, doncellas y Goyas y Picasso de Patrimonio Nacional... qué sabe uno cuánto se rumorea sin información ni sentido.

Entre los que “están en el secreto” se sabe que la cultura general encalla en finos anaqueles, de lecturas sobresabidas por presuntas sobradas neuronas, colegios de postín, relaciones elevadas, largas y exigentes carreras, conversaciones de salón, de polvo y de memoria. No es que lo hayan leído, lo saben.

España vive encallada entre los restos de su naufragio imperial. Las formas imperan sobre un fondo glorioso mientras espera un destino mejor, cuestión de oficio y de tinieblas. Ay, de las aspiraciones de funcionarios que no cuentan con otra posibilidad que presentar sus credenciales al vecino. Ay, la eficaz genética de las influencias de las estirpes azul y roja de partido o del capricho ministerial de turno o de la recomendación elevada. Ay, el orden de las puertas giratorias.

Lo cierto es que entre machos diletantes siguen faltando damas titulares. Se echan de menos, con su sensibilidad, en un juego en el que sobran alfiles y enroques, y no precisamente para servir al rey. No todos son así, claro, hay excepciones y puntuales actitudes ejemplares, como la que acaba de ofrecer Gabriel Ferrán, embajador, el último de Kabul, el testigo final de la aparente caída de otro imperio, el estadounidense. Pero las puntuales excepciones confirman una realidad extraña e inadvertida. Nadie dice nada, es menos comprometido. La gran diplomacia está en lo que se calla, no en lo que se dice.

Estrategia común: “Es urgente esperar”. Entretanto, hay que confiar en que no te cesen o te declaren persona non grata y te expulsen del jardín cubano o venezolano y en un apuro de Moncloa pierdas el puro placer de disfrutar del habano mientras te abanican.

El mundo parece descortés. España y Felipe VI, lo emigrantes y los ciudadanos en general, los militares, los diplomáticos ejemplares, los administradores públicos esforzados y atentos, no se merecen los desplantes del interior y menos los reiterados desde el exterior.

En los años treinta, Edgar Neville envió un telegrama que resumía el difícil sino del diplomático: “Sin instrucciones concretas, sin idea de la misión que debo realizar y sin estar muy seguro de cómo llegaré a un lugar cuya localización geográfica desconozco, parto hacia Tegucigalpa, donde quedaré como siempre a las órdenes de vuecencia”. Neville nunca llegó a ir a Honduras, porque fue cesado de forma fulminante.

Algo habrá que cambiar. Supongo.

05 sep 2021 / 00:30
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