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El niño perdido y hallado

    ROMPE el corazón el vídeo del niño nicaragüense que deambulaba perdido por una zona de La Grulla, en Texas. Saben que normalmente abomino de las redes sociales, por motivos diversos, pero encuentro motivos muy de vez en cuando para la alabanza de tan tecnológica herramienta, y este es, creo, un buen ejemplo. El vídeo de este niño, de diez años, diez, que se dice pronto, se ha hecho viral, no sé si lo suficiente como para que sirva de recordatorio fieramente humano de la tragedia de la emigración.

    Habituados al retuiteado de no pocas simplezas, o a la viralización (no sé si es la palabra más adecuada en tiempos de pandemia) de caralladitas varias, con perdón, también sucede a veces que unas imágenes entre la bruma del dolor pueden servir para que algo pase de la rutina a la conciencia de la gente. A veces necesitamos estos golpes emocionales, aunque es verdad que la emoción confunde. No así estas lágrimas desesperadas del niño perdido y hallado en La Grulla. Subrayando, con su desolación, con su desvalimiento, un problema gravísimo que es todo un fracaso colectivo.

    Después de la terrible gestión migratoria impulsada por la administración Trump, basada nada menos que en la construcción de un muro con México como gran elemento de enganche mediático (un muro, por cierto, que existe en parte, que también viene de atrás, y que Trump promocionó cuanto pudo), uno alberga la esperanza, espero que no sea vana, de que Joe Biden contemple la emigración desde México, desde el sur, con otros ojos. Bastará con que sean unos ojos más humanitarios. Una política que carezca de una mirada humanística no debería tener nunca el apoyo de los ciudadanos.

    Ya sé que no está de moda vender compasión o solidaridad. En algunos lugares parece que tiene más éxito la dureza y la mezquindad, también la falta de empatía. Se premia, incluso, electoralmente, como si fuera una demostración de bemoles políticos, eso que se dice con el dudoso orgullo de la gónada: “ahí, ahí, con un par”. La ‘valentía’ puede consistir, por ejemplo, en poner muros a la pobreza con profusión de propaganda interna. Ese frío pragmatismo calculador.

    El breve vídeo del niño nicaragüense de diez años, perdido y hallado en La Grulla, da idea de la gravedad del problema. No se trata, como a buen seguro habrán dicho ya algunos, de aprovechar un hecho puntual, que ha devenido en algo mediático (¡qué menos!), sino en considerarlo simplemente la parte visible del iceberg. En tiempos en los que se demoniza la empatía y la conmiseración, y se prefieren datos estadísticos para manejarlo todo sin mancharse mucho, las lágrimas desesperadas de este niño tienen un gran significado. Un significado insoportable para nuestra civilización moderna.

    ¿Cómo será la situación para que estos pequeños, el once por ciento del total de los emigrantes que llegaron a la frontera sur de Estados Unidos, sean dejados solos para buscarse una vida mejor en un lugar que no conocen? Durante la administración de Trump este asunto alcanzó cotas gravísimas, intolerables, en los centros fronterizos. No puede ocurrir: ni aquí, ni allí. Dicen que Kamala Harris será la más indicada para cambiar cuanto antes la política sobre los menores no acompañados. Ojalá. De momento, parece que la situación de los dreamers, enquistada también por el presidente anterior, empieza a solucionarse. Es de justicia. El vídeo de este niño, perdido y hallado, debería remover nuestra conciencia. Sin más demora.

    09 abr 2021 / 01:00
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