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El país primero

    CUANDO se confunde el ejercicio democrático de la oposición política, es decir, la que debe ejercerse en un contexto con representación parlamentaria, con el mero ejercicio del sabotaje, nada puede salir bien.

    La oposición, a la que nadie puede negar la legitimidad de su opción fiscalizadora de la gestión gubernamental, que es en sí misma un pilar fundamental de la propia representación democrática, tiene tanta responsabilidad como el propio Gobierno en favorecer la gobernabilidad del país.

    Y sean cuales sean sus diferencias con el Ejecutivo, nunca deberá entregarse al simple sabotaje de su actuación, porque desde una cosa, la crítica, hasta la otra, el sabotaje, se precipita el tránsito de la gobernabilidad, en perjuicio, no sólo del Gobierno o del grupo o grupos políticos que lo sustentan, sino también y quizá más del propio país.

    La quiebra de la gobernabilidad es una de las más graves amenazas que puede haber para la evolución política pacífica y democrática de España. De ahí que los partidos políticos que ejercen la oposición, lejos de ser meros expectadores o críticos de la acción gubernamental, sean, también ellos, y tanto como cualesquiera otros, garantes de la gobernabilidad, que es tanto como decir que de la estabilidad democrática.

    Si la acción del Gobierno tiene sus límites, que la propia oposición debe esforzarse en señalar, desde luego, también su actuación opositora los tiene, aunque en este caso sea más ella misma que los otros quien los debe marcar. Y si ya sería gravísimo que no lo haga, más grave aún podría ser que no fuese consciente de ellos.

    En este punto bien parece que tiene las manos más libres la oposición que el Gobierno. Pudiera pensarse que a ella no se le opone nadie. Pero ni es ni debe ser así. Al menos tendría que oponerle el sentido común: quizá se pueda, pero no se debe, intentar conquistar el Gobierno saboteando la acción de quien lo ocupa, sólo por arrebatárselo. La oposición también debe ser leal. Sobre la deslealtad, además, no se puede construir una alternativa gubernamental a la que merezca la pena considerar legítima.

    A la ensalada política española se le añade cada vez más vinagre, y con más ánimo de acidificar que de aliñar. Con un exceso de tonos y formas en el que no pueden germinar confianza ni respeto. Y sabido es, por otra parte, que si te pasas el día hablando mal de los demás, tampoco tu debes ser muy buena persona. Por eso digo, como empecé diciendo, que así nada puede salir bien.

    03 jun 2021 / 01:00
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