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El pazo, Pardo-Bazán, Unamuno

    EL pazo de Meirás regresa al Estado. Para quienes pagaron a la fuerza para que lo adquiriese el anterior jefe del Estado es buena noticia, pero el Gobierno lo ha anexionado a Patrimonio y parece querer convertirlo en algo así como un lugar de memoria, y no de la única allí posible, la de Emilia Pardo-Bazán. ¿Por qué hay que honrar allí otra? ¿A qué tanto honrar per oppositum al franquismo? Cierto olvido tiene el sentido de pasar página a la guerra civil. Sus víctimas de ambos lados (los soldados franquistas en modo alguno fueron necesariamente unos exaltados fascistas) nunca han tenido un memorial de reconciliación. El Valle de los Caídos tiene el interés, como cosas similares en Alemania e Italia, de mantener la evocación de un tiempo histórico, y comportaba agravio no la presencia de Franco sino la de los muchos allí enterrados a la fuerza, que allí siguen, pues aquella construcción tan fría, oscura y pretenciosa es una buena imagen de la megalomanía imperial-católica de la época y no importaba mucho que el fundador estuviese allí ni estropea demasiado el entorno como el Altar de Víctor Manuel II, padre de la patria italiana, dedo metido en el ojo urbanístico-monumental de Roma. Un pazo pagado con dinero “patriótico” coruñés y gallego sólo podría revertir a Galicia y A Coruña como mejor forma de devolverlo a todos los españoles. Habrá que pelearlo pues el Gobierno querrá hacerse otro selfie como el del Valle. No debería tener otro destino que un centro de visita y estudio sobre Emilia Pardo-Bazán, escritora, historiadora, etnógrafa y cocinera que importó el feminismo de París. Que durante unas décadas lo ocupase la familia Franco es anecdótico.

    Franco y la Pardo Bazán no tienen nada que ver. Otra cosa sería, p.ej., Unamuno. Veía ayer el documental Palabras para un fin del mundo de Manuel Menchón. Un buen trabajo que hace justicia a que Unamuno nunca sintió la menor simpatía por aquellos fanáticos exaltados que le rodearon en la última parte de su vida, que asesinaron a sus amigos y trataron de apropiarse de su prestigio. Parcial en su valoración de las circunstancias que condujeron a la propia Guerra Civil, el documental no pretende ser tan ecuánime como lo era el propio Unamuno, lo único que de él seguramente hubiese corregido aquel filósofo y filólogo vasco que aprendió danés solo para leer en su lengua a Kierkegaard.

    15 dic 2020 / 00:00
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