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El poder de la palabra

    OJALÁ todos fuésemos más conscientes del daño o el beneficio que en otras personas produce lo que sale por nuestra boca. La palabra tiene el poder de destruir o salvar vidas, de hundir a una persona en un pozo profundo o sacarlo de él. Pero además es que es un poder que cuando se utiliza para hacer daño no deja huella. Puedo decirle algo a alguien que le cause un dolor profundo y si lo hago en la intimidad, ni quiera esa persona se podrá defender ni acusarme por lo que hice.

    Recuerdo que cuando era pequeño, yo era un niño obeso, según mi madre grandote, ya sabéis el criterio de las madres a la hora de hablar de sus hijos, que movidas por el amor son capaces de ver en defectos virtudes y en problemas ventajas. Pero lo cierto es que estaba pasado de peso y eso me ocasionaba que tuviera los ojos más rasgados de lo que los tengo y la palabra que los otros niños utilizaban para insultarme a mis espaldas, de frente no se atrevían porque era el más grande de la clase, era la de “chino”.

    Me llamaban chino entre ellos cuando yo no estaba o creían que no les oía, aunque ya sabéis como son los niños, que a veces hablan más alto y yo sabía que se estaban refiriendo a mi. Así que crecí con ese complejo durante años en los que me miraba al espejo y yo veía mis ojos con desagrado. Después cuando llegué a la adolescencia y di el estirón, dejé de tener exceso de peso, mi cara se afinó, y sin duda mis ojos dejaron de estar tan rasgados, pero el daño de aquellos años de insulto ya estaba hecho, así que yo seguía viendo la forma de mis ojos como algo negativo. Pero un día en el instituto, con dieciséis años, en la hora del recreo, yo no salí al patio y me quedé charlando en clase con un reducido grupo de chicos y chicas. Y mientras hablaba con una de ellas que estaba sentada en el pupitre delante del mío girada hacia mi, me dijo literalmente: “Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca”.

    En ese momento, dentro de mi noté como me recorría una especie de corriente con forma de sonrisa y me sentí completamente curado de aquel complejo. En un instante me cambió la percepción que yo tenía al mirar mi cara. Sonreí a la chica y le dije un “Gracias” que aunque ella no lo supiera salió desde lo más profundo de mi corazón. Cuando llegué a casa al mediodía, lo primero que hice fue mirarme en el espejo que teníamos en el pasillo de la entrada, y os prometo que al ver mis ojos, fui capaz de percibir la belleza que aquella chica había visto en ellos. Y os prometo, y no quiero que parezca frívolo porque es muy serio lo que estamos reflexionando en este artículo, que desde entonces mis ojos, mi mirada, se convirtieron en mi principal arma de seducción, que no solo reconozco yo, que ya valdría, sino que han sido muchísimas chicas y mujeres las que a lo largo de los años me han dicho que se sentían atraídas por mi mirada y que cuando las miraba sentían “algo”.

    Estoy seguro de que todos lo que leáis este artículo os vais a reconocer en este ejemplo de una u otra forma, porque todos nosotros somos beneficiarios o víctimas de las palabras de otros y todos nosotros responsables del beneficio o del daño que podemos infligir a otras personas... y lo hacemos permanentemente de forma consciente o inconsciente. Muchos de los intentos de suicidio acaben en muerte o no, anorexias, bulimias, depresiones exógenas, cambios en el comportamiento, aislamiento, estados de tristeza y un sinfín de emociones que causan dolor y sufrimiento en los seres humanos, fueron originados con una palabra, quizá dicha una sola vez, ya que en función de quién sea el emisor y de lo que represente para nosotros tiene tal poder. Otras veces esa palabra repetida un número suficiente de veces, o por un número suficiente de personas, se convierte en una sentencia que hacemos nuestra.

    Es terrible pensar que personas malas, que las hay, o mentes perturbadas, que las hay, tengan tanto poder en sus bocas. Pero debemos pensar en que somos mayoría los seres humanos normales y con un corazón limpio que tenemos el poder de sanar a muchas personas a lo largo de nuestra vida con nuestras palabras. La próxima vez que vayamos a decirle algo a otra persona, pensemos primero en si lo que vamos a decirle es beneficioso para alguien empezando por él mismo, y cuidémonos de juzgar, de criticar a personas que no están delante de nosotros, porque eso es de miserables, de cobardes, de seres inferiores intelectual y moralmente.

    Hace años que aplico una norma cuando una persona me va a hablar de otra que no está presente. Antes de que me cuente, le pregunto: ¿estás seguro de que lo que me vas a decir es verdad?, ¿le perjudica en algo que me lo cuentes?, ¿te beneficia a ti que yo lo sepa?, ¿me perjudica en algo grave no saberlo?, ¿me lo dirías si él estuviera delante?...

    Y si TODAS las respuestas son las adecuadas le dejo que me lo cuente, sino no. Pero incluso si le voy a dejar, le hago una última consideración y le digo “recuerda que cuando tú tienes una opinión de alguien, ese alguien también la tiene de ti. Si tú me das la tuya de él, espero que no te moleste que yo escuche la que él tiene de ti”. En ese momento os prometo que muchas veces, la persona ha callado. Termino diciendo por tanto que no nos olvidemos del poder que tienen las palabras y que seamos conscientes de utilizarlas para construir vidas y no para destruirlas.

    25 sep 2022 / 01:00
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