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El PP en su laberinto

    LOS defensores de lo positivo que resultan las reprobaciones de un Gobierno a través de la moción de censura suelen explicar sus ventajas en razón de que cuantas ha habido en España resultaron a la postre catalizadores definitivos para el vuelco electoral en los siguientes comicios. Falta por saber si ese constatado giro en las urnas es consecuencia directa de la moción o, acaso con mejor criterio, fruto de un desgaste previo que justifica tanto el vuelco como la propia moción.

    Esa incertidumbre no está, sin embargo, en el pensamiento de Vox que este miércoles defenderá en el Congreso su particular propuesta de Gobierno –dado que las censuras las quiere la ley constructivas, con programa alternativo–. Y no le preocupa al partido de Abascal porque en su intención de beneficiarse del rédito publicitario que representa un debate de estas características no pretende tanto poner en evidencia el desgobierno del Ejecutivo de Pedro Sánchez, extremo en el que hay general coincidencia, en España y Europa, incluso entre sus propios seguidores –por fieles que se mantengan–, cuanto colocar al PP frente al espejo de su propia inacción con el regalo envenenado de tener que retratarse sobre la moción. Es decir, acelerar la lucha por la hegemonía en la derecha ya que las encuestas le soplan a favor.

    Dado el seguro fracaso de la moción, cualquiera de las opciones que adopte el Partido Popular en la votación final –apoyo, abstención o rechazo– puede ser defendida desde la tribuna con argumentos razonables. Pero lo que importa no es tanto la argumentación como la proyección de ese argumentario sobre los votantes de derechas, especialmente los propios, no precisamente satisfechos con la deriva que experimenta el PP desde la llegada de Pablo Casado.

    Un líder, además, dispuesto a seguir poniéndose palos en las ruedas con la defenestración de la diputada que más y mejor entendía la necesidad de encauzar el partido hacia propuestas constructivas en vez de refugiarse, como hace, en los permanentes desmentidos o críticas tuiteras sobre las ascuas de un relato que el Gobierno aviva cada vez que, cual señuelo taurino, pretende conducir al toro del PP a la querencia de las tablas del infértil pataleo. Y para salir de ese bucle no se antojan efectivos ni el pragmatismo complaciente de Feijóo, la templanza pactista de Moreno, la combatividad ultraliberal de Ayuso o las acomodaticias prácticas de Mañueco.

    Por ingenuidad de novato, falta de visión de futuro, pocas y cuestionables lecturas y hasta por miedo a que le muevan la silla, Casado no quiere que el partido se le desmande de su férreo control, tan corrosivo que impide incluso que la hierba de la innovación y la inteligencia crezcan tras su pisada.

    Entre las distintas formas de salir de un laberinto –y el PP está metido de lleno en él– se suele citar el Algoritmo de Tremaux, como solución infalible pero que en ocasiones obliga a tener que desandar parte de lo andado hasta el anterior cruce de caminos. Frente a él se muestra igual de eficaz la práctica de no separar la mano de la pared que se va caminando en la certeza de que nos llevará a la salida siempre que la pared sea continuada, lo que no siempre ocurre. Pues eso, a salir del laberinto.

    19 oct 2020 / 00:00
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