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El presidente empecinado

    PEDRO Sánchez parece decidido a copar el plano mediático y la cobertura informativa, aun a riesgo de recibir críticas e incluso poner en peligro la campaña de su candidato Gabilondo a las elecciones de la Comunidad de Madrid del próximo 4 de mayo. Si la pasada semana lamentábamos tanto sus prolongadas desapariciones, como su sobreactuación cuando las circunstancias le resultan propicias, estos días hemos vuelto a ver la sobreexposición a la que le gusta someterse cuando se trata de vender como propios méritos que a otros pertenecen. Lo hizo con el plan de vacunación, con los arriesgados plazos asociados al mismo, y hasta con una supuesta recuperación económica que tuvieron que salir a matizar y revisar a la baja miembros de su propio Ejecutivo.

    Lo ha repetido a lo largo de esta misma semana; jornadas en las que lució no sólo sus ínfulas más propagandísticas (vendiendo un proyecto de recuperación asociado a los 140.000 millones de euros que España recibirá a lo largo de seis años gracias a la UE), sino también su perfil más populista y falsario al generar dudas sobre las cifras de contagiados y los porcentajes de hospitalizados y fallecidos en la comunidad madrileña. El propio Ángel Gabilondo cayó en la trampa. Y tuvo que ser el Ministerio de Sanidad, a través de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, el que desmintió tales declaraciones.

    Incidió el presidente sobre la manida e interesada armonización fiscal, y sobre un proyecto destinado a homogeneizar al alza la carga impositiva sobre sociedades, patrimonio, y sucesiones y donaciones; una subida de impuestos que Gabilondo se había comprometido a no aplicar. Cualquiera diría que Sánchez da por perdida la perla autonómica y prefiere someterse a las exigencias de sus socios independentistas catalanes, obsesionados con destruir el edén de libertad, emprendimiento y crecimiento que sigue constituyendo Madrid y toda su área de influencia. Utiliza la Moncloa como un púlpito electoral en el que las preguntas de los periodistas están limitadas (a 4 esta semana), y las Cortes Generales como escenarios de lucimiento personal en los que evita el diálogo y se limita a leer unas respuestas previamente elaboradas.

    Tamaña altanería, especialmente en circunstancias tan adversas como las actuales, sólo se puede deber a un desprecio indisimulado a las instituciones del Estado y a sus representantes, y a un engreimiento que le lleva a percibir a los ciudadanos como ignorantes y desinformados. Entretanto, España aumenta su deuda con el exterior (200 % del PIB); el diálogo social se deteriora (Sánchez asume fondos que Bruselas sólo aportará con reformas claras en pensiones y mercado laboral); las CC.AA. y sus socios de Gobierno se rebelan por la indefensión jurídica en la que se encontrarán tras la derogación del decreto de Estado de Alarma; se prevé que las quiebras e insolvencias aumenten un 30 % en 2021; y el FMI advierte que nuestro país seguirá con más paro que antes de la crisis hasta 2026. Pero de esto Sánchez no dice nada.

    18 abr 2021 / 01:00
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