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El retorno de Robespierre

    QUÉ contraste entre los dos modelos monárquicos que existen hoy en España. ¿Dos? Así es si nos liberamos del significado estricto de Monarquía e incluimos en el concepto dinastías de reciente creación cuyo estilo recuerda a los linajes tradicionales. Olvidemos el boato clásico de la realeza, la corona, el báculo y demás aditamentos, vayamos a lo esencial y toparemos con realezas que en ocasiones se disfrazan de antimonárquicas cuando en realidad lo son más que nadie. El populismo ofrece un ejemplo de ese sentimiento monárquico que se presenta con apariencia republicana.

    Pablo Iglesias es el fundador de una estirpe como lo fue el primero de los Borbones, con la diferencia de que unos buscan la legitimidad en Dios y otros en la calle. El monarca radical cuenta con una corte a su alrededor, tiene una reina consorte que sienta a su lado en el trono y no le tiembla el pulso al condenar a galeras a quienes quieren destronarlo. Sin ir más lejos, nuestra paisana Carolina Bescansa no deja de ser alguien que creyó estar en un partido democrático cuando se trataba de una Monarquía con un rey que reina y gobierna al margen de la división de poderes. Esa confusión la llevó al ostracismo y a ser desplazada por cortesanos obedientes.

    Que esta Monarquía de corte absolutista ejerza de Robespierre contra la Monarquía parlamentaria española, es una de las grandes paradojas en este país sobresaltado. Una paradoja que no es inédita en la historia ya que muchos autócratas se forjaron en luchas contra monarquías que acabaron siendo más benignas que ellos. Pensemos en Stalin y el zar, Cromwell y Carlos I de Inglaterra, o en el propio Robespierre y el Borbón que acaba en la guillotina. Los verdugos acentúan el absolutismo, copian los rasgos de sus víctimas bajo un lenguaje populista.

    Para no desviarnos de lo que está pasando hagamos el ejercicio de comparar lo que hace la Casa Real gobernada por Felipe VI y la que rige el vicepresidente del Gobierno, en relación con la actuación de la justicia. La monarquía morada ataca a los jueces en cuanto uno de los suyos es acusado de algo. En su discurso habitual la justicia está contaminada de conservadurismo y los dirigentes gozan de una patente de corso absoluta ante cualquier acusación. En suma disfrutan del privilegio propio de cualquier casta y lo extienden a otros infractores como los independentistas condenados; a pesar de la sentencia que los condena para el populismo son presos políticos que merecen la libertad, mientras que el Rey emérito, sin juicio ni condena, es llevado al patíbulo de la opinión pública. En cambio la Monarquía de Felipe VI acata las sentencias que le afectan, sin escudarse en una supuesta conjura contra la Corona. Un Urdangarín que fuese lugarteniente de Iglesias en lugar de yerno de Juan Carlos I hubiera tenido una protección mayor. Nos encontramos ante uno de los rasgos de los movimientos radicales: la presunción de inocencia sólo ampara a los suyos mientras que se le niega a los demás. De acuerdo con esta ley del embudo un rey ya es culpable por el hecho de ser rey, un criterio que todos los regicidas usaron profusamente. Así pues hay dos monarquías en el escenario. Sólo una es democrática.

    07 ago 2020 / 00:15
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