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El síndrome de la ‘pijo-protesta’

    DEL Gobierno de la nación en relación con el covid-19 sabíamos de su impericia al demorar la adopción de medidas para contener la pandemia. Novatada que sería disculpable dado lo inesperado del virus. Es decir, sería una negligencia perdonable si a partir de ahí se adoptaran las decisiones adecuadas. Lejos de ser así, los dos largos meses transcurridos nos llevan de bronca en bronca, de improvisación en improvisación, por la pendiente del descrédito, de la ineficacia y de la permanente rectificación de decisiones.

    Que toda esa serie concatenada de fracasos y cambios de criterio se oculten tras discursos triunfalistas sobre lo acertado de la propia gestión, demonizando al tiempo a los partidos de la oposición, supone una torticera forma de encarar el problema, si bien nada sorpresiva si tras esos dislates aparecen nombres de la talla de Lastra, Simancas, Echenique, Carmona... Por no entrar en la abultada nómina de opinadores y juntaletras que ratifican día tras día el certero diagnóstico de Cayetana Álvarez de Toledo sobre la abyecta finalidad de algunos medios de comunicación.

    Se llega de este modo a bajezas morales tales que la del diputado Simancas culpando al PP madrile-ño de la pandemia o a incontinencias mentales como las de Echenique imaginándose a un Marlaska –aliado suyo en el Gobierno– capaz de identificar a todos los manifestantes si de un barrio pobre de Madrid se tratara y no hacerlo con los participantes en la pijo-protesta del barrio de Salamanca. Puro desbarre intelectual.

    Con todo, más allá de esa demonización del adversario para tapar las culpas propias –el caso de la presidenta Ayuso entra de lleno en el capítulo de lo deleznable– lo realmente grave es cuando la obcecación lleva al desastre, cuando la testarudez en la propia valía nos ofrece el rey desnudo.

    Que los ministros de cada ramo se prodiguen en declaraciones absolutamente contrarias a lo que aconseja el sentido común lleva a acelerar el desastre económico que la excesiva prorroga del estado de alarma está ocasionando cada día de modo más irrecuperable.

    Dejar la finalización del curso al albur de cada autonomía, discriminar a los comercios físicos de los on-line en la fijación de rebajas, postergar un mes más el pago de los ERTE por falta de liquidez, provocar las iras de los agricultores en sus dificultades de salvar la cosecha, desacreditar el turismo por su supuesto escaso valor añadido o someter a cuarentena a quienes quieran visitarnos son manifestaciones del grado de descrédito y supina ignorancia de un Ejecutivo que sigue llenando la legión de ciudadanos indignados, tras haberlo hecho antes con sanitarios, transportistas o autónomos.

    Todo ello no hace sino alimentar la olla a presión de la indignación ciudadana, harta de pagar con su confinamiento tales despropósitos, y cuyos primeros atisbos se adivinan tras esa válvula de escape de la calle Núñez Balboa de Madrid que el Gobierno descalifica tildándola de pijo-protesta. Algo no debe ir bien, en todo caso, cuando Marlaska trata de impedirlo y Sánchez llama a capítulo a sus barones por primera vez desde 2017. Con razón se quiere mantener el estado de alarma hasta el día del juicio final. Pero la olla sigue cociendo indignación.

    18 may 2020 / 00:20
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