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El triunfo de la mediocridad

    VIVIMOS en un mundo en el que, a menudo, la falta de talento es sustituida por el exceso de caradura. Observamos cada vez con menos asombro cómo personas sin ninguna habilidad específica parecen haber sido tocadas por el dedo de Dios, mientras que otras cargadas de talento, parecen haberlo hecho por el del demonio.

    La suerte y la oportunidad suelen perseguir a unos caraduras afanados en amortiguar el significado del adjetivo que los define, haciéndose llamar a sí mismos listos. Sin ningún pudor y, a costa de la tontería de otros, medran en el escalafón social entre la indiferencia de algunos, la admiración de unos pocos y la impotencia de otros.

    Son muchos los poseedores de habilidades reales que observan atónitos cómo sus vecinos más mediocres pasean en lujosos descapotables, mientras que ellos se ven obligados a hacerlo en patinete. Los listillos destacan sobre los realmente listos, simplemente porque su osadía les permitió en su momento atreverse a dar un paso más por no tener apenas nada que perder y sí mucho que ganar; así como por saber rodearse de gente menos pícara que ellos. Y ya se sabe eso de que en el mundo de los ciegos el tuerto es el amo.

    La simpleza generalizada de la población fue la que un día elevó a inteligente al atrevido, ninguneando al talentoso por no entenderlo, o por no ser capaz de valorar aquella habilidad en la que este destacaba sobre la inmensa mayoría. Porque, en última instancia, son las personas corrientes las que en realidad mueven el mundo, al tener la potestad de hacer exitoso al simple o fracasado al genio.

    Ya sea por ocupar un puesto de poder, o simplemente por desinterés o desconocimiento, los seres más comunes son los encargados de decidir quién sube o quién no lo hace... Y, muchas veces, se equivocan.

    Las redes sociales y ciertos medios de comunicación también contribuyen a poner en valor a personas que en realidad no lo tienen, al tiempo que para aquellos que sí lo poseen, no hay cabida en el universo. El verdadero peligro no radica en el mal que ya está hecho, sino en el que está por venir. Según Christophé Clavé, el coeficiente intelectual medio de la población mundial ha ido disminuyendo en las dos últimas décadas. Lo que convierte el planeta en un campo virgen para que los sinvergüenzas campen a sus anchas.

    Nuestros jóvenes, que son en realidad el futuro, cada vez pasan más horas viendo estupideces que en muchos casos hacen o dicen personas que en realidad no saben ni hablar. Individuos que saltan a la fama por llevar a cabo imbecilidades varias y que acaban convirtiéndose en sus mayores referentes.

    Y con este panorama, pocos leen, menos escriben y casi ninguno sabe hablar, sin ser conscientes de que –tal y como demuestran los estudios– es en el empobrecimiento del lenguaje donde se esconde la incapacidad para elaborar y formular el pensamiento complejo. Menos verbos conjugados implican menos capacidad de expresar emociones y menos nivel de procesamiento. La incapacidad para describir las emociones es el caldo de cultivo perfecto para que germine la mediocridad y para que aquellos que son un poco más espabilados, se nutran de ella.

    23 jul 2021 / 01:00
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