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El trumpismo de izquierdas y los no vacunados

    “Tengo ganas de joder a los no vacunados”, ha dicho Macron. Lo ha dicho como si fuera uno de esos aristócratas depravados que pueblan las novelas de Sade, en un tono jocoso, regodeándose de la vulnerabilidad de su próxima víctima, deshumanizándola para justificar la agresión. En sus palabras el no vacunado no tiene ni tan siquiera el rango de adversario, sino que se presenta como miembro de una especie de estatus inferior que puede y debe ser degradada a placer. Podríamos pensar que este fascismo sádico propio del Saló de Pasolini es característico de la política neoliberal que Macron representa, pero tenemos que reconocer que no es del todo así. Ha sido más bien una parte importante de la nueva y vieja izquierda la que ha estado situándose desde hace meses en la vanguardia de este fanático cercamiento (inaceptable desde un punto de vista ético, pero también desde un punto de vista científico y sanitario) a los no vacunados.

    Hace semanas fue el ex-ministro socialista Miguel Sebastián, quien reconociendo que el certificado covid-19 no tenía ningún sentido en términos epidemiológicos, pues la vacuna no corta la transmisión, celebraba que “la idea del pasaporte Covid es hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar”. El pasado veinte de diciembre, Ana Pardo de Vera, directora de Público, en una infame columna afirmaba que “El pasaporte covid para entrar en restaurantes, hoteles, bares o gimnasios es, sin duda, una de las formas de evidenciar y rechazar a estos ignorantes pasto de bulos, pero necesitamos más. ¿Quizás anotarles en la frente el coste de su tratamiento si van al hospital, con uno de esos tatuajes que no se borran en un par de semanas y que les estampen al salir junto con una colleja? No sé, algo... Por mentecatos/as.”

    En este trumpismo de izquierdas el no vacunado es el nuevo inmigrante ilegal, pues ocupa con respecto al resto de la sociedad el mismo papel que tiene para la extrema derecha el mexicano ilegal o el mena. Es el culpable de todos los problemas derivados de una gestión contradictoria, ineficaz y criminal. Pero, ¿hay alguna base para la deshumanización a la que esta élite de izquierda quiere someter a los no vacunados?

    The Lancet ya dejó claro que no tiene sentido hablar de una “pandemia de los no vacunados”. Pero además, si consultamos los datos que proporciona Pardo de Vera vemos que en los grupos de edad 12-29, e incluso 30-59, no se aprecia una diferencia de mortalidad entre vacunados y no-vacunados que justifique las injurias hacia el gran reservorio de no vacunados, esto es, el grupo de 20-40 años. La conclusión que estos datos nos ofrecen coincide con las recomendaciones de expertos tildados de negacionistas, es decir, la vacunación contra el covid-19 no debiera ser masiva sino centrarse en la población estadísticamente más vulnerable, o, como decía Martin Kulldorff, catedrático de epidemiología de Harvard, en un famoso tweet censurado: “vacunar a todo el mundo es tan científicamente erróneo como no vacunar a nadie”.

    El ristomejidismo de esta izquierda trumpista no solo degrada sin fundamento a los no vacunados, sino que al estilo de el Gran Inquisidor de Dostoievsky vilipendia -o, aún peor, silencia- en nombre de la ciencia a los científicos que cuestionan la gestión de la crisis, sin importar que estos sean premios Nóbel como Montagnier, catedráticos de epidemiología de Harvard, Stanford u Oxford (Great Barrington) o reputados científicos como McCullough o los miembros de HART. Esta lógica de cancelación muestra que la izquierda ha perdido su sentido social y se ha replegado en la misma fe ciega en el progreso, la tecnología y en una problemática concepción de la ciencia que la vio nacer junto al liberalismo tras el reaccionario big-bang ilustrado del s. 18. El significante “izquierda” se utiliza así para blanquear políticas antisociales impulsadas por la revolución del post-humanismo que van contra su raíz igualitaria. Parte de este envenenado proceso es lo que Bernabé ha llamado “trampa de la diversidad” pero el elemento definitorio es la imparable deriva autoritaria del estado liberal que han preconizado en las últimas décadas teóricos como Scheuerman, Bruff o Oberndorfer.

    La crisis del covid-19 ha tenido lugar en medio de esta transformación y ha funcionado más como catalizador de la misma que como un fenómeno político singular. No deja de sorprender, empero, el afán de la izquierda mediática por acelerar el tránsito a este nuevo régimen autoritario. En un tweet reciente, Ramón Espinar advertía de que, por absurdo que sea, “Si las autoridades nos dicen que nos pongamos las mascarillas en exteriores hay que ponérselas. Ni media tontería”. El tweet, al entremezclar autoridades médicas -sin poder político legítimo- con autoridades políticas, naturaliza sin ambages un mega-poder ejecutivo que en nombre de los expertos devora a los otros poderes y convierte la excepción gubernamental en la norma de gobierno como ya predijo Poulantzas.

    En una línea similar va la defensa del Foro Económico Mundial que hace Manuel Garé en CTXT para atacar la “delirante narrativa anti-progresista” del “conservadurismo mundial”. Según Garé, El Gran Reseteo, autoritaria agenda política propuesta por Klaus Schawb, “de lo que habla es de la pandemia como una oportunidad para apostar por una economía más verde y sostenible, más inclusiva y menos dispar, que potencie las relaciones entre países y evite los nacionalismos y las guerras”. Es decir, ni una palabra sobre la “desigualdad ontológica” que el presidente del FEM anuncia para quienes no acepten los dictados del post-humanismo, que además de ser marginalizados, serán “los perdedores en todo posible sentido del término”.

    Esta disforia ideológica explosionó en la reciente ponencia sobre transición energética de Antonio Turiel en el Senado. Mientras que U. Podemos cuestionaba como una conspiración infantil que hubiese en el mundo poderosos con grandes intereses, VOX daba la razón a Turiel citando a Chomsky. Se evidenciaba así que izquierda y derecha han perdido el sentido que tuvieron en el extinto mundo de las tecnologías analógicas, en el que estas eran humanamente controladas por unos u otros con distintos fines políticos. Todo ha cambiado en el mundo digital. Por eso, si en el s. 16 hubo una revolución política en nombre de la ley natural y en el s. 18 en nombre de la igualdad formal, hoy debemos reclamar una revolución republicano-democrática que defienda los intereses humanos ante el tecno-fascismo post-humanista.

    Tomemos, por eso, la vacunación con racionalidad. No legitimemos lógicas abusivas que naturalicen una futura distopía republicana en la que tengamos que compartir a la fuerza nuestros datos de geolocalización o biométricos con la excusa de evitar accidentes, infartos, secuestros o el discurrir de la vida misma.

    David Souto Alcalde.

    Doctor en Estudios Hispánicos por la New York University, es escritor y profesor de cultura temprano-moderna en Trinity College (EEUU). Ha publicado artículos académicos que exploran el pasado del republicanismo y la relación entre política y literatura. Es autor de los libros de poesía A árbore seca (Espiral Maior, 2008) y Vertixe da choiva (Toxosoutos, 2009). Actualmente está terminando una novela que explora las relaciones entre la infructuosa llegada de la democracia a España y las prácticas de deseo posteriores a la Transición, así como un ensayo titulado Republicanismo barroco. El surgimiento de la imaginación republicana moderna en la literatura del Siglo de Oro español.

    18 ene 2022 / 01:00
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