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El viacrucis de Iglesias

Pedro Sánchez pasó su calvario particular antes de acceder a la Presidencia del Gobierno, pero el viacrucis de Pablo Iglesias lleva el dramático marchamo de ser un camino a la Gólgota dolorosamente superior. Aun así, como ni uno ni otro dejan de ser unos privilegiados, ni más ni menos que como el resto de los dirigentes políticos, también existe la posibilidad de analizar su tragedia desde la perspectiva puramente cómica, que, como saben los lectores asiduos de estas Contrariedades, es la preferida por el autor e incluso por ellos mismos, dato que reflejarían con claridad las encuestas del CIS si Tezanos se aviniera a preguntar por ello, que por cuestiones más esperpénticas se tiene interesado.

Desde un punto de vista jocoso y socarrón, esta crónica tal vez debería titularse Cuatro bodas y un funeral (qué gran Andie MacDowell daría Díaz Ayuso y qué británico galán quedaría Ignacio Aguado interpretando a Hugh Grant), si no fuese por la disuasoria dificultad que supondría adaptarlo a una realidad tan inestable y estrambótica como lo es en estos momentos la política española dentro de la política española, como diría la presidenta de Madrid. Está uno todavía reescribiendo la primera escena y ya la obra tendría que pasar a llamarse Una boda y cuatro funerales. Y, así, sucesivamente, creciendo la necesidad de ir introduciendo cada vez más variantes del Código Civil –e incivil– hasta agotarlas absolutamente todas.

Hagamos un primer borrador. A día de hoy, viernes 19 de marzo, festividad de san José (no confundir con san José Obrero, que se celebra el 1 de mayo, dos jornadas antes del día de reflexión, aunque no se hagan ilusiones, esta vez los políticos no harán puente), a día de hoy, decíamos, el recuento es el siguiente: cuatro sonadas separaciones (Ayuso/Aguado, Iglesias/Irene –en el Gobierno–, Podemos/Más Madrid –definitiva– y Sánchez/Iglesias –lo que no significa que baje la intensidad de las pesadillas del presidente– ), un obsceno funeral (el de Pablo Casado, al que nadie le daría vela en una hipotética victoria de Ayuso, pero todas en una posible derrota), varios arrejuntamientos extravagantes (Toni Cantó/PP, Fran Hervías/PP y tres tránsfugas murcianos de Cs/PP), un trío natural no descartable y con cierto morbo (Gabilondo/Mónica García/Iglesias), un solterón sin fortuna (Edmundo Bal, candidato que la afligida Arrimadas promueve en Madrid) y una flamante boda a la vista (Ayuso/Rocío Monasterio).

Esto a día de hoy, pero si noventa minutos en el Bernabéu son molto longos, el mes y medio que falta para las elecciones en Madrid puede ser el despiporre. Piensen que todavía se aguarda con impaciencia el numerito estelar que siempre nos regalan Sánchez&Redondo, la compañía de publicistas de mayor éxito en España, y las respuestas ingeniosas que se han de llevar de los candidatos más propensos a este mercado de ocurrencias que tiende a suplantar el debate público, un estriptis con tan dura competencia que no resultaría fácil distinguir al ganador en una elección paralela a la que tendrá lugar el 4-M (o en la misma, que no sólo se vota por ideas), pues salvo el estoico Gabilondo que parece salido de una época prehistórica, todos muestran impúdicas habilidades para el destape político.

Si Madrid es España dentro de España, principio filosófico que sostiene la imperturbable Ayuso, puede que los nacionalistas tengan razón y que esta Galicia de Feijóo no sea España. Aquí la política tiene sus cosas, pero no es el corral de comedias en el que se convirtió la capital, ese escenario grotesco en el que ahora se dibuja la silueta del antihéroe trágico encarnada por Iglesias, que se rebela, valiente, contra su fatum.

En su valle de lágrimas hacia el Gobierno, el líder de Podemos se vio obligado a soportar la escisión de Íñigo Errejón, a renunciar ante el desprecio de Sánchez primero y a aceptar como ministerios las secretarías de Estado que le ofreció después, y ahora, que disfrutaba del confort de su Vicepresidencia, le toca sacrificarse para rescatar a los suyos de la extinción en la comunidad central. Y, cuando ofrece unidad a Más Madrid, Mónica García le muerde la mano en nombre de un feminismo que duda entre reprobarla o aplaudirla. Y aún hay quien se extraña de que descienda a la Asamblea. La enemistad de Ayuso le saldrá más rentable.

19 mar 2021 / 01:00
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