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Emigrantes e inmigrantes

    UNA de las cosas más notorias del tiempo que nos está tocando vivir, a pesar de no tener en sí ninguna novedad, a no ser por la dimensión, son los movimientos migratorios. Digo que no se trata de nada nuevo, aunque sólo sea por ser gallego, que viene a ser lo mismo que ser hijo, nieto o, aunque sólo sea, vecino o pariente de emigrantes. Yo lo fui de todo.

    Nosotros pertenecemos a un pueblo que ha tenido la experiencia de migrar desde antes incluso de haber empezado a hacer memoria de sí mismo. No hay ningún tiempo en la historia que seamos capaces de recopilar, en la que no podamos encontrar a un gallego migrando, yéndose de o volviendo a Galicia, pero siempre, cualquiera que sea de los dos casos, sin pisar firme sobre su propia Tierra.

    Por eso parece que somos un país que nunca estuvo acabado de hacer del todo. ¿Cómo va a serlo un pueblo en el que muchos de sus jóvenes, especialmente los aldeanos, que durante mucho tiempo constituyeron su absoluta mayoría, tan sólo soportan su vida a la espera de poder emigrar? Sí, eso fue así para muchos y durante mucho tiempo. Aquellos jóvenes creían que la vida, y no sólo la buena, estaba fuera, lejos, no aquí.

    Ya no voy a decir que aún lo seamos, pero sí que hasta hace muy poco fuimos un pueblo cuya condición fundamental era la de ser migrante. Y esa fue, además, una condición especialmente difícil de sobrellevar, a no ser, cierto, entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado, cuando nuestros emigrantes fueron capaces, por primera vez, de reasentar aquí las rentas que lograban en el extranjero.

    Ese fue otro tiempo, durante el cual las dos condiciones, la de inmigrante y la de emigrante, viéndole la cara a la gente allá o aquí, podían tener un significado diferente: el pobre inmigrante allá podía no ser el pobre emigrante aquí. Una buena parte de la expansión urbanística de esta ciudad de Compostela fue financiada con dinero ganado en la emigración.

    En la propia España, durante varias décadas, la partida presupuestaria que representaban las remesas de los emigrantes era de las más importantes del monto general, sólo detrás, y por poco, de los ingresos fiscales y de los que aportaban los turistas cuando empezaron a llegar en masa. España debe mucho más de lo que agradece a sus emigrantes.

    Así que ya ven ustedes como pueden cambiar las cosas según se vean allá o aquí. Piénsenlo cuando se crucen por la calle o sean atendidos en los establecimientos por los inmigrantes que hoy hay entre nosotros. Quizá sean tan útiles ellos a sus países como lo fueron los nuestros al nuestro.

    14 jul 2022 / 01:00
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