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¿Enmascarillados o desenmascarillados?

LA ORDEN SND/422/2020, de 19 de mayo, por la que se regulan las condiciones para el uso obligatorio de mascarilla durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por el covid-19 en su artículo 3 decreta lo siguiente: “El uso de mascarilla será obligatorio en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público, siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de al menos dos metros”.

Este texto abrió un vivo debate sobre qué medida proporciona una mayor seguridad para protegernos del SARS-CoV-2: la distancia social o la utilización de mascarillas buconasales.

Los políticos, epidemiólogos y virólogos, para curarse en salud, impusieron ambas. En teoría parece la mejor opción, pero un investigador no puede quedarse en la apariencia, sino que ha de observar qué sucede cuando llevamos la teoría a la práctica.

Y el resultado de la observación es frustrante: la gente que porta mascarilla comete errores en verdad perniciosos:

Quien va enmascarillado yerra en su percepción del riesgo porque cree que no le puede ocurrir nada. Asimismo, se equivoca al descartar la posibilidad de contagiarse a través de la conjuntiva ocular, puerta de entrada de la infección que los expertos omiten a la opinión pública.

Quienes usan mascarilla se aproximan en exceso al dependiente que está detrás de un mostrador; caminan en paralelo por aceras y vías ocupando todo su ancho; se la suben y bajan continuamente asiéndola por su cara externa: al fumar, para dirigirse a alguien conocido, porque les da calor, por hartazgo...

Pero hacen aún más: se la introducen en los bolsillos, la llevan en la mano y hasta se la colocan en el codo cuando no perciben peligro; y cuando lo aprecian se la visten. Luego tornan a quitársela. Como es obvio, si en la situación de riesgo se contaminó y luego la manipulan, la propagación del mal es más que plausible.

En las terrazas de los bares recién reabiertas se observa lo siguiente: en cada plaza hay dos, tres o cuatro comensales. Por lo general, todos ellos tienen su mascarilla sobre la mesa o bajo el mentón mientras departen amigablemente. Al terminar las consumiciones se levantan, se la colocan y se van. Es decir; mientras están sentados tomando algo y charlando, durante un tiempo prolongado y apenas separados, que es cuando existe mayor peligro, no la llevan puesta; y cuando la probabilidad de contagio disminuye, se la ponen.

Es un despropósito colectivo: los gobernantes fingen ordenar lo correcto y los ciudadanos simulan que lo cumplen.

Por lo tanto, la medida preventiva que aporta una protección real es mantener la distancia interpersonal de dos metros; como mínimo. Contra ella, no obstante, se aduce que incluso en la vía pública no es factible adoptar tal precaución pues en las aceras no solo se necesitan dos metros por delante y dos por detrás, sino otros tantos a izquierda y derecha.

A esta cuestión cabe responder que la gente tiene que adaptarse a la nueva normalidad: ya no se puede caminar a la vera de nadie. Hay que desplazarse de uno en uno manteniendo la citada separación; la longitud de las aceras lo permite. Y andar con tranquilidad, porque por cruzarnos con otros no se nos pega nada al ser encuentros mudos (de boca cerrada no salen virus). Acaso, si entablamos una breve conversación, podríamos infectarnos con una cantidad reducida de viriones; mas sin llegar a padecer la covid-19.

¿Pero es posible infectarse y no enfermar? Si entendemos por enfermar el manifestar signos y síntomas, sí. Es lo que acontece con los llamados portadores sanos.

Estas personas no sufren ningún malestar. ¿Por qué? Porque ingresan una carga viral inferior a la denominada dosis mínima infectiva (cuya magnitud se desconoce y es diferente para cada individuo), con lo cual la inmunidad innata es capaz de destruir todos los virus antes de que invadan una proporción relevante de células diana. Aunque esta clase de portadores no manifiesten patología alguna adquieren inmunidad competente frente al SARS-CoV-2, si bien ignoramos su duración.

Debido a la sutilidad del contagio, los portadores sanos no saben determinar dónde y cómo ocurrió. Podrían haber incorporado el patógeno durante una (o varias) sucinta interlocución o intercambio, en absoluto sospechosos e inidentificables, con alguien infectado. También al manipular algún objeto contaminado de uso común y a continuación tocarse la boca, la nariz o los ojos; de ahí la dificultad para averiguar el origen de la transmisión.

En conclusión; existen dos estrategias de prevención de la covid-19: una ajustada a la realidad y a la praxis cotidianas, y otra ajena a ellas. Cada quien debe valorar ambas y adoptar la que considere oportuno, siempre que se vea capacitado y posibilitado para implementar de forma estricta y constante la técnica aséptica indispensable para portar mascarilla sin contagiarse él ni a sus conciudadanos.

Evitar la enfermedad es responsabilidad de cada uno de nosotros. De no lograrlo, a falta de una vacuna inocua y efectiva, contribuiremos a alcanzar la inmunidad de grupo, que viene a ser la traslación a la salud pública del principio utilitarista del mayor bien para el mayor número.

31 may 2020 / 22:48
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