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Entre señeras campanas y linternas luminosas

Cuantas veces pasamos por delante de las “Campanas de S. Xoán” muy cerca de la Catedral sin preguntarnos por su historia. Sin embargo, ponemos en Google este nombre y nos salen hoteles, pisos turísticos y cafeterías. Estamos un poco cegatos de tanto mirar pantallas táctiles y no observamos las calles ni reparamos en los letreros que hay por donde andamos.

Hago un inciso. Todavía algunos sabemos distinguir los diferentes toques de las campanas. Y lo digo por mí misma, que no soy experta, pero que, un soleado domingo, entre el alboroto de turistas y peregrinos esperando para entrar en la catedral y los sonidos de las campanas que anunciaban las misas de su entorno, me sobresaltó un sonido familiar, triste, que desentonaba con el resto. Me retrajo a los sones que tantas veces escuché en pequeñas aldeas y pueblos cuando para anunciar el funeral de alguna de sus gentes, las campanas sonaban de ese modo, pausado, lento, agudo y grave, diferente...

Pronto conocí la causa: había fallecido un canónigo de la catedral, D. Víctor Maroño, persona a la que hace nada veíamos entrar y salir, gestionar, predicar, atender a todos, con seriedad, sin prisas y mostrando siempre el debido interés. ¡Que en paz descanse!

Las campanas, con su sones y repiques dicen mucho, aunque hay que conocer su lenguaje. Unos ahora solo reparan en ellas para diferenciar los cuartos, las medias o las horas enteras, como si de simples relojes se tratara. Para otros afortunadamente son algo más que eso. Y, para los que tenemos deformación profesional, vemos en ellas la música más cercana al cielo (Ch. Lamb).

En las aldeas anunciaban los actos litúrgicos cotidianos, las fiestas, los incendios, los peligros... ¡Qué harían sin ellas nuestros mayores! Eran la única música del hombre pobre (S. T. Coleridge).

En la música hay tantas representaciones y tanto escrito sobre las campanas, campanillas, carrillones, campaneros y campanólogos que nos pasan también ya casi desapercibidas, aun siendo tan visibles en el devenir del día a día.

Las Campanas de S. Xoán, en la plazuela de su mismo nombre, ahí ya no suenan, pese a ser las primeras en estar exentas del recinto catedralicio. Renovadas, siguen sirviendo en la iglesia de igual nombre en Vista Alegre. Pero otras cercanas, empezando por las de la Catedral, son dignas de escuchar. Sus sonidos son armoniosos: invitan al sosiego y al alborozo, al recogimiento y a la fiesta.

Unas son discretas, otras de grandes dimensiones, como la Berenguela, nombre que remite al arzobispo Berenguer de Landoira. Situada en la Torre del Reloj o Torre de la Trinidad fue retirada por sus grietas al claustro de la catedral. Sus casi diez toneladas de peso proceden de bronces de otras campanas primitivas del templo. Dejó de sonar en 1979 y a finales de 1989 fue trasladada a Holanda para ser fundida de nuevo y retornar a su antiguo enclave, en sustitución de la agrietada.

Pena por una parte y disfrute por otro pues en el claustro incluso un miope puede observar los motivos que la adornan y que tienen significado preciso: el sepulcro de Santiago con siete velas, la representación de la batalla de Clavijo, la cruz arzobispal con calvario, la vieira, las tres Marías y otras iconografías.

El sonido de la Berenguela llegaba, dicen, hasta Bastavales, enclave conocido por el poema Campanas de Bastavales de Rosalía de Castro que, como otros muchos, más invita al lloro que al gozo.

Inefable fue la satisfacción del párroco de La Corticela que vio cumplido su sueño: que sonaran las campanas de esa antigua iglesia. De no haberse escuchado nunca, tras ser electrificadas, anuncian ya cada acto litúrgico, estando aún en proceso de mejora.

Pero lo que en este año cobra más significado no es tanto la Berenguela, con su grácil remate y su reloj de una sola aguja. Es su linterna de donde emana la luz encendida día y noche, como llama, faro y meta que anuncia a los peregrinos que estamos en Año Santo Compostelano.

Hay otras campanillas dentro y fuera de los templos. Suenan para llamar la atención en momentos del culto (la Consagración, por ejemplo), o en plano más prosaico, se usan en refectorios monacales o en restaurantes de postín para servicio de sus comensales.

En las orquestas, aunque su apariencia sea bien distinta, hay campanas tubulares. Emulan las de las iglesias e impresionan por su variado sonido. La Sinfonía Turungulalia de Messiaem, hombre de inquietudes religiosas, es buen ejemplo de su uso.

Ojalá todas sigan operativas y no se pierdan tradiciones de otros tiempos en pueblos y ciudades. ¡Malo será cuando forman parte del Patrimonio inmaterial de la Humanidad! Otra historia será qué harán con ellas con tan escasos campanilleros.

19 sep 2021 / 01:00
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