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Es la hora de los mejores

    El acto de constitución del Parlamento de la décimo primera legislatura de la Autonomía gallega ha evidenciado su condición de singular y anacrónico. Lo reflejaron la ausencia de público, las mascarillas en el rostro de los diputados y las mamparas translúcidas separando escaños. Todo ello como consecuencia de la covid-19.

    Que esa situación de anomalía tiene bastante más alcance que el propio acto político de la toma de posesión de los diputados lo supo ver a tiempo y con buen criterio la ciudadanía gallega a la hora de depositar su voto el 12 de julio al optar claramente por lo malo conocido –la confianza que le brindaban los tres partidos presentes en el Hórreo desde el inicio de la autonomía– y dejando para mejor ocasión, cuando vuelva los tiempos gaseosos, probar con los experimentos de podemitas y demás populismos.

    En suma –lo sabe el ciudadano y lo corroboran las autoridades–, nada de lo que se avecina tiene marchamo de normalidad, ni en la salud ni en la economía, y los tiempos que vendrán tendrán que ser afrontados desde la máxima responsabilidad de cada uno.

    A finales de este mes se espera la elección de nuevo presidente de la Xunta, cargo que repetirá Feijóo, y se conocerá también el equipo que le acompañará en el que, al parecer, será su último mandato al frente del Gobierno gallego.

    Esta misma circunstancia y la necesidad partidista de ir desbrozando caminos para quien quiera optar a la sucesión suponen un factor añadido a aquella situación de excepcionalidad aludida más arriba y, por ello mismo, digna de tomarse en consideración con las exigencias que lleva inherentes.

    La prensa de estos días deshoja la margarita de si el presidente gallego optará, como hizo en la Cámara del Hórreo, por seguir premiando fidelidades –los éxitos electorales del PP en ciertas circunscripciones obligaban a ello– o si, por el contrario, apostará por una renovación de caras y cargos en el Gabinete que apenas ha sufrido altibajos sustanciales en toda la era Feijóo.

    No son, sin embargo, los presentes tiempos para las complicidades, agradecimiento de fidelidades, componendas de partido o gobiernos de perfil bajo. Son tiempos de asunción de riesgos, de entregas generosas, de capacidades sumas y de una más certera y exigente coordinación entre las distintas consellerías que formen la nueva Xunta.

    Las trágicas secuelas de la covid-19 en la economía gallega; la necesidad de articular a la mayor brevedad posible y con el mejor entendimiento de que se es capaz políticas productivas para optar a la generosidad de la Unión Europea en los proyectos de reconstrucción; la tan largamente aplazada como doblemente esperada apuesta por una economía gallega anclada en sus pilares diferenciales apostando por la calidad y los ciudadanos, son metas que requieren del mayor de los esfuerzos en la tarea que se avecina.

    Todo ello, lo demanda Galicia y lo justifica el sentido común, merece ser tenido en cuenta por el próximo presidente gallego a la hora de conformar Gobierno. Su legítima ambición, lo reconoce él mismo, está sobradamente colmada con el apoyo logrado en las urnas en las cuatro ocasiones habidas. No parece exagerado pedir como contrapartida que los gallegos disfruten del Gobierno de los mejores pese al ímprobo esfuerzo que tal reto supone.

    10 ago 2020 / 00:16
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