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España: ¡Ese país!

    ÉRASE un país extraño... Un país en el que el inteligente tenía que ocultar su brillantez para no herir la sensibilidad del ignorante; en el que el hábil tenía que ensombrecer sus habilidades para no hacer palidecer al torpe; en el que el guapo tenía que empañar su belleza para no discriminar al feo; en el que el cumplidor no podía poner en valor su cumplimiento para no dejar en evidencia al que incumplía. España: ¡Ese país!, como diría mi buen amigo Carlos.

    En aquel país, lo importante no era gobernar, sino permanecer en el Gobierno; no era tener vergüenza, sino tener resistencia; no era la palabra, sino la demagogia; no era el saber, sino el aparentar; no era la solidaridad, sino el egoísmo disfrazado de altruismo; no eran las ideas, sino las ideologías; no eran los argumentos, sino las falacias; no era apreciar, sino desprestigiar; no era hacer ganar, sino derrotar y, a poder ser, humillar; no era lo que cada uno decía, sino lo que otros dirán.

    Con tamaño argumentario, aquel
    país fue construyendo una nueva normalidad en la que todo valía. Daba igual acostarse con otras trescientas muer-
    tes a la espalda que levantarse y legitimar una moción de censura; escuchar
    a la extrema izquierda llamar a los de enfrente extrema derecha que conver-tir a los héroes de hoy en tránsfugas
    de mañana. Y así, poco a poco, a golpe de pandemia y decretazo, aquel país
    se fue silenciando. Hasta que un día,
    alguien se reveló. Fue después de escuchar un cuento...

    Contaba D. Pedro López que por tierras de Curtis, en el lugar de A Penencia, un padre y su hijo regresaban de comprar un caballo. El padre le dijo al hijo: “Súbete un rato al caballo para descansar”. Un lugareño que los vio exclamó: “¡Vaya hijo! Su padre a pie y él a lomos del caballo”. Avergonzado, el hijo propuso intercambiar sus posiciones. “Papá: súbete tú al caballo que yo iré caminando”. Unos metros más adelante un vecino le increpó: “¡Vaya padre! Su hijo caminando y él a caballo”.

    Perplejos decidieron subirse ambos a lomos del equino para no levantar suspicacias. Pero alguien inquirió: “¡Vaya par de animales! Los dos subidos encima del caballo”. Hartos de los comentarios, ambos decidieron seguir el resto del camino a pie. Casi llegando a casa escucharon decir: “¡Hay que ser burros! Compran un caballo y van los dos andando”.

    Da igual lo que hagas. Da igual lo que digas. Así que, di lo que tengas que de-cir y haz lo que tengas que hacer. Porque si todos escuchamos, nos resignamos y callamos, todos seremos cómplices de acabar por construir ¡ese país! del que tantos renegamos.

    18 mar 2021 / 01:00
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