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¿Europa en peligro?

    EUROPA alumbró un proyecto político extraordinario, el mejor en más de doscientos años, pero ese proyecto siempre ha sido contemplado con severidad, desde dentro o desde fuera, a veces por los escépticos (y de ahí nació el brexit), otras veces por los furibundos defensores del estado cerrado (estos siguen al alza), y, por supuesto, por aquellos que preferían que a Europa no le fuera demasiado bien.

    Con todos los errores, que son muchos, y con todo el peso indecible de la burocracia de Bruselas, a la que siempre se cita como una especie de laberinto, la realidad es que Europa ha construido una idea razonable, diversa y bastante moderada de la política en esta parte del mundo. Se dirá que el origen es económico (más bien el origen está en la destrucción del siglo XX), pero Europa es mucho más que un mercado, aunque también sea un mercado.

    Denostar a Europa como un acuerdo de mercaderes, economistas y banqueros es una simplificación interesada, pero, afortunadamente, aquí hay un poso humanístico que no se puede borrar en dos tardes, ni en dos tuits. No sé si todas las acciones de Europa están inspiradas en el Humanismo que nos construyó, pero creo que muchas de ellas sí, y me complace pensar que tenemos un espacio para reflexionar en favor de la libertad, de la solidaridad. De las democracias, en suma.

    Sin embargo, se alzan voces que avisan del creciente peligro en el que se encuentra Europa. También las democracias, algo que se comparte en otros lugares del planeta. Pero que suele ser una preocupación precisamente allí donde hay más regímenes democráticos. Biden organizó esa cumbre, más o menos simbólica, para la Defensa de la Democracia, sobre todo al calor del cariz que están tomando los acontecimientos en su país. Leo últimamente artículos en la prensa norteamericana que muestran el grado de polarización existente (en realidad, un mal global). Y he leído a columnistas que ven directamente allí un peligro de guerra civil, de seguir así las cosas.

    En plena incertidumbre por la pandemia, llama la atención que el mundo muestre signos preocupantes de tensiones fronterizas en algunos puntos calientes (y Europa no es ajena a esto), de desequilibrios globales, de ascenso de liderazgos populistas o autocráticos. Y todo ello en un contexto de cambios en el orden mundial. Son demasiados asuntos los que hay que atender, y es fácil, además, aprovechar el descontento ciudadano.

    Como Borrell como alto representante ya ha señalado, cunde la sensación de que Europa puede ser ninguneada, ignorada o sobrepasada, y que el aire de una nueva guerra fría la deje en tierra de nadie, mientras Biden y Putin negocian la crisis de Ucrania y otros asuntos que tienen que ver con el equilibrio de poder en el mundo. Biden no es Trump, pero Europa demanda más atención del norteamericano. Claro que la atención, más que demandarse, ha de conseguirse: Europa necesita unidad de acción.

    El perfil bajo habitual de Bruselas va bien para un continente poco ruidoso, para lo doméstico, quizás no tanto para la política exterior. Europa es un gran proyecto, sí, pero es fácil comprender la frustración de Macron, cuya presidencia asiste a este momento complicado sin aparentes soluciones inmediatas. Tal vez no haya un peligro inminente, pero el paisaje es inquietante. Y Biden, al menos, debería entender que preservar el valor de la democracia, del que habla a menudo, pasa por preservar Europa.

    12 ene 2022 / 01:00
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