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Europa y la tormenta perfecta

    EN las últimas horas he escuchado varias veces que el asunto de Ucrania, llamémosle así, tiene que ver con un giro drástico en la forma de hacer política, y también en la manera en cómo la perciben los ciudadanos.

    La visión más racional de la política ha sido arrumbada. Y, a consecuencia de ello, también las cuestiones que tienen que ver con la auténtica valía de los liderazgos. A cambio, el mundo parece volverse a mover por áreas de influencia, golpes de efecto, y, cómo no, todo ello utilizando esa poderosa arma, letal, en realidad, que es la posverdad. Parece la tormenta perfecta.

    El proceso viene de atrás y, desde luego, tiene que ver con la manera de procesar la información, con las ingenierías mediáticas y el desarrollo vertiginoso de las redes sociales. La tecnología no es mala, pero su uso incorrecto, o perverso, puede acarrear graves consecuencias. Hay que aceptar lo que ha venido para quedarse, pero lo que no es aceptable es que los efectos de la política se vean gravemente mediatizados por el envoltorio propagandístico, por el falso lenguaje y por la construcción de artefactos que sólo operan de cara a la galería para convencer a los ciudadanos, mientras los hechos importan mucho menos.

    Somos víctimas de un proceso de individualización y egocentrismo, que provoca el caos si se une a la creciente superficialidad y a la ausencia, deliberada, de profundidad intelectual. Trump fue un buen ejemplo, sí, pero no ha desaparecido de la política, sino que pretende volver y tal vez ganar. Boris Johnson es un ejemplo festivo de esta nueva manera de ejercer el liderazgo, atolondrada, mediática y poco sólida, un caso extremo de populismo descarado que, sin embargo, no deja de ganar terreno en muchos lugares. Y también en Europa. Pero las cosas suceden por algo.

    Hemos comprado una visión del mundo errónea, en la que las emociones y las ideas simples, algunas ridículas y pueriles, se utilizan para dominarnos. La democracia pierde calidad en la simpleza y la gana en la complejidad. La política de patada a seguir produce una grave merma de nivel en el ejercicio democrático. Tenemos que dejar de comprar la política de las emociones.

    Por supuesto, hay líderes que se aprovechan de esta atmósfera. El mundo entendido como placas que chocan, puntos calientes, esferas de influencia, emociones patrióticas llevadas al extremo, épicas de fin de semana... Es útil para algunos propósitos. Lo curioso es que este mundo, tan tecnológico y científico, tan basado en datos y evidencias, se esté volviendo tan emocional (en el mal sentido), igual que se ha vuelto tan afín a la moralina, a la censura, y tan ridículamente dogmático. ¿En qué momento hemos perdido el sentido de la realidad, el lado racional, la mirada humanística?

    Y volviendo al asunto de Ucrania. No es muy tranquilizador que Josep Borrell, el alto representante, haya dicho hace apenas unas horas esto: “Europa está en peligro. Vivimos el peor momento desde la Guerra Fría”. Es una afirmación muy repetida ya entre analistas y columnistas, pero nos produce desazón porque sentimos que describe, esta vez sí, los hechos. Algo real y constatable. Eso que no está de moda en un mundo de emociones y envoltorios propagandísticos. No es fácil aterrizar en este grave deterioro que empieza a observarse, porque, aunque las guerras suelen estar preñadas de mentiras, también es cierto que son brutalmente verdaderas.

    26 ene 2022 / 01:00
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