Fe y espera vigilante

EL desconocimiento de lo que va a suceder le impide al hombre el gozar de lo bueno que está viniendo. Por el contrario, cuando se nos comunica lo que sucederá, ya gozamos anticipadamente de ello. Las noticias de lo que iba a acontecer a la descendencia de Abraham, de Isaac y de Jacob, las iba comunicando el Señor, antes de que sucedieran, a los profetas, unos personajes carismáticos que hablaban en su nombre.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, alude a la noche de Pascua, que se les anunció a los antepasados de Israel para que elevaran el ánimo, al conocer por la fe la promesa de la que se fiaban. El Señor iba a castigar a los opresores del pueblo creyente, e iba al mismo tiempo a honrar a los que habían estado oprimidos, llamándoles al encuentro con Él. Tomando ocasión de aquellos momentos salvadores, los creyentes se imponen la ley de ser solidarios entre ellos de los peligros y de los bienes.

La lectura de la Carta a los Hebreos trata de la fe teologal, que es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que todavía no se ve. Abraham es el prototipo de hombre de fe, que sale de su tierra escuchando la llamada de Dios, sin saber a dónde lo llevaría el Señor. También su esposa Sara, por la fe, se fía de la promesa de que, a pesar de ser estéril, concebiría y tendría una larga descendencia. Unos y otros murieron; y, aunque las promesas no se habían cumplido todavía, las vieron y gozaron anticipadamente.

Jesús exhorta a la confianza de la gente, indicándoles que el Padre ha tenido a bien darles el Reino. De ahí que deban dar sus bienes como limosna, consiguiendo así un tesoro inagotable para el cielo. Procede desprenderse de lo propio, pues, donde está el tesoro de cada uno, en ello está puesto el corazón. Procede también esperar, a modo de fieles siervos, a que su señor llegue a cualquier hora de la noche, y recibirle, al estar en vela. Deben estar todos preparados, porque a la hora menos pensada vuelve el Hijo del Hombre.