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Feijóo, un relato propio

    TRAS el cuarto cara a cara con Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo cuenta ya con sobradas evidencias para saber de la inutilidad de confrontar en el Senado con el presidente del Gobierno. Porque todos sus intentos de hacer valer el reglamento en el control al Ejecutivo acaban estrellándose contra la tozudez de quien se considera ajeno a toda exigencia reglamentaria o legal, cual nuevo Rey Sol –“el Estado soy yo”–, incluidas esas bufonadas que causan vergüenza ajena y que no sólo hacen estéril la tarea fiscalizadora sino que añaden sucesivos baldones de indignidad al sistema democrático.

    Se constató en la sesión del martes, donde las cuatro pertinentes preguntas “que se hace España” y que Feijóo inquirió del titular del Ejecutivo trasmutaron en una intempestiva descalificación ad hominem a la que solo faltó que Sánchez, cual redivivo Julio César, rememorara el culposo “Tu quoque, Bruto?”.

    Persiste la idea en la sociedad de que Feijoo permanece en actitud contemplativa esperando la maduración de la fruta que habrá de llevarle a La Moncloa por hartazgo general, incluso de parte de los militantes socialistas. Grave error, como evidencia el inamovible suelo electoral del PSOE en las encuestas, bien apuntalado en cinco pilares:

    El exacerbado instinto de resistencia de su líder, a prueba de los cadáveres políticos que su ambición va dejando en la insignificancia; la total ausencia de escrúpulos morales o valores cívicos que le permiten la desvergüenza de determinar una cosa y su contraria en función del interés de cada momento; la astucia de trileros de las fuerzas políticas radicales que le sostienen a cambio de concesiones que, en continuado chantaje, no tienen fin ni límites éticos o constitucionales; los bien engrasados apoyos mediáticos con una amplia cohorte de pseudoperiodistas en nómina y, por fin, una fiel militancia que, cual embravecidos hooligans, seguirán hasta la propia extinción al flautista de Hamelín. Por eso se equivoca Génova al querer sembrar minas de incoherencia en los feudos y entre los barones socialistas, discrepantes sólo de boquilla.

    Frente a estos hándicaps, haría bien el candidato opositor en enfrentarse a lo que Cayetana llama plano inclinado que sigue manifestándose en la tenacidad del PP de ir siempre por detrás, a rebufo de la línea que marca un Consejo de Ministros adueñado del relato político, incapaces de descubrir el talón de Aquiles que muestre la debilidad del sanchismo.

    Como carrera de fondo que es sometida a todas las inclemencias, debe el PP huir del seguidismo que le marca el Gobierno, dotarse de un más riguroso equipo técnico en todas las áreas, evitar equivocaciones nacidas de la improvisación, un portavoz con peso intelectual, respeto institucional y brillantez oratoria –Cayetana se bastaba para acallar el gallinero de San Jerónimo– y la necesaria dosis de ideología para el imprescindible proyecto de progreso económico, deficiencia que tan caro pagó Rajoy.

    En cuanto a Sánchez, no sería mala praxis ponerle una y otra vez, tenazmente, ante el espejo de sus propias contradicciones frente a esa heterogénea representatividad internacional a la que busca pertenecer con tanto empeño.

    26 nov 2022 / 01:00
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