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Flipante

    RESULTA que antes quien quería aprobar tenía que estudiar. Tenía que sacrificarse; que esforzase en entender lo que le explicaban; que estudiarlo; que tratar de retenerlo. Y luego, crueldad donde las haya, debía transmitir lo que había comprendido. ¡Qué edificante!, pensaba yo. ¡Qué gratificante eso de estudiar para aprobar! Pero resulta que estaba equivocado. Resulta que era una herramienta de discriminación...

    ¿Cómo vamos a tolerar que las inteligencias múltiples sean múltiples? ¿Cómo vamos a permitir que las capacidades diferentes se manifiesten como diferentes? ¿Cómo vamos a premiar el esfuerzo y castigar la despreocupación o la dejadez? ¡Menuda falta de solidaridad!, ¿no creen? Pues en esas andamos. En hacer tabla rasa a favor del que menos se la rasca. Y no pasa nada.

    ¿No tenemos nada que decir? ¿No es hora de que, los que nos lo hemos ganado con esfuerzo, pongamos de nuevo en valor lo que en verdad vale? ¿No tenemos derecho a reclamar un sistema justo para nuestros hijos? Porque en aras de las banderas de “la igualdad” nos estamos cargando tantas cosas justas y tanta justicia que, en verdad, yo lo flipo.

    ¡Lo flipo! Tal cual. Y sé que es una expresión un tanto caduca. ¿Pero qué mejor termino para describirlo? Y es que
    estoy tan asombrado y extrañado que
    me parece estar viviendo permanentemente bajo los efectos de una droga.
    Así define el diccionario la palabra flipar y así me siento.

    Flipo cada vez que escucho que alguien deben aprobar sin estudiar. Flipo cada vez que comprendo que voy a pagar por un kilowatio de energía tres veces más del precio que debería tener en un mercado normal con tendencia alcista. Flipo cuando escucho a un presidente de gobierno vanagloriarse por haber administrado una vacuna a la población sin haber reparado en su intención de voto. Flipo cuando veo cómo se organiza una cumbre bilateral entre dos gobiernos de distinto rango bajo presiones, amenazas, chantajes y coacciones. Y de tanto que flipo casi colapso.

    ¿Son estas las enseñanzas y los mensajes que queremos transmitir a nuestros hijos? ¿Queremos educarles en la reclamación sin esfuerzo, en el dogmatismo sectario y en la cultura del chantaje? Si es así, yo flipo. Y es que, perdónenme por la caspa, yo sigo creyendo que para aprobar hay que estudiar; que ante las injusticias hay que reclamar, sean del signo que sean; que en los momentos de gran crisis es donde más hay que cuidar lo que uno dice; y que, ante un chantaje, debemos resistir sin claudicar. Porque si todo vale llegará un momento en el que ya nada tendrá valor.

    16 sep 2021 / 01:00
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