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Galicia no necesita a Otegui

El reciente acuerdo entre el Gobierno y la formación independentista EH Bildu, heredera política de ETA, repercutirá sin duda en las campañas electorales de País Vasco y Galicia. Más en la vasca, como es natural, pero también en la gallega, por dos razones: el contenido del documento, con la anulación íntegra de la vigente legislación laboral, y en segundo lugar, por la influencia de la deriva socialista hacia terrenos hasta ahora considerados pantanosos, y satanizados, en el PSOE, todavía peligrosos. Pocas horas antes de materializarse la entente amistosa en Madrid, el domicilio en Bilbao de la candidata socialista a la presidencia del Gobierno Vasco, Idoia Mendía, sufría el ataque violento de abertzales. EH Bildu, en su lógica, se negó a condenarlo.

El modelo de gobierno de la oposición en Galicia, si llega a la Xunta, es el de Sánchez-Iglesias, con la diferencia de que junto a PSdeG y Galicia en Común-Anova-Mareas (Podemos) debe integrar también al BNG. El nacionalismo galaico no se conformará con ser muleta parlamentaria, al modo de PNV, ERC, Bildu y el propio Bloque en Madrid. Exigirá, porque puede, cacho del pastel. Pontón aspira incluso a ser la primera mujer presidencia, aunque un escenario de grave crisis sanitaria y económica, como el actual, no favorece el ensayo de ejercicios acrobáticos en el circo de la política actual. El sueño estaba más cerca de hacerse realidad antes de la pandemia. En tiempo de desolación, nunca hacer mudanza, aconsejaba el santo. Es probable que, en estas convulsas circunstancias, el electorado prefiera prudencia.

El creciente protagonismo de EH Bildu desborda el perímetro político estatal. El PSOE de hoy -que no es el de ayer ni va a ser el de mañana- le ofrece al independentismo vasco el puesto que dejó vacante ERC, al menos hasta después de los comicios en Cataluña. Después, ya se verá. Los catalanes exhiben fama de astutos comerciantes. Pero como la aportación batasuna no suma lo suficiente, Sánchez seduce a Ciudadanos, que se deja. Cuán cierto era aquello de que la política hace extraños compañeros de cama. Primero con Iglesias, con quien Sánchez no dormiría tranquilo, pero ahora compartiendo ambos lecho con Otegui y Arrimadas, en orgía tan desenfrenada que hasta en parte de los suyos causa escándalo. Hablamos de Calviño, y no digamos ya en los barones socialistas con mando en varias autonomías, temerosos del raudo advenimiento del apocalipsis.

El abrazo de Sánchez, Iglesias y Otegui recibe el aplauso de los tres principales grupos de la oposición en Galicia, y la conformidad de Ciudadanos. El socialista Caballero aprovecha la ocasión para culpar al PP de lo firmado por su partido. Si los diputados populares votaran ahora y siempre lo que propone el PSOE no habría ningún problema, viene a decir. La profundidad del razonamiento es de tan alto nivel intelectual que su comprensión no está al alcance del común de los mortales. Más clara, y por lo tanto asequible, es la explicación de Gómez-Reyno, candidato de Podemos: “Bildu es una fuerza progresista”. Y punto. El BNG no precisa decantarse. Es conocida su opinión. No solo coincidió en el voto sino que comparte el ideario y cartel, la última vez en las elecciones europeas.

¿Qué aporta este acuerdo a los gallegos? Dado que pronto estaremos en campaña, los contendientes debieran explicarlo. No era necesaria la abstención de Bildu para mantener el estado de alarma. Saldría adelante en todo caso. No es la salud, pues, de lo que se trataba. Tras el cansancio de la población por el encierro, la creciente percepción de la deficiente gestión del Gobierno frente al virus, el convencimiento general de que la crisis económica va a ser de caballo y de que para combatirla tenemos a un Sánchez e Iglesias que harán bueno a Zapatero, a Sánchez le conviene abrir un nuevo frente. O sea, generar crispación política como arma defensiva.

Derogar la reforma laboral de Rajoy fue anunciada en numerosas ocasiones desde hace dos años, tras la primera investidura de Sánchez, pero siempre prudentemente matizada y aplazada. Remover ahora, en el peor momento, este espinoso asunto, en medio del pánico laboral, adjetivada con los agravantes de íntegra e inminente, no hace más que echar gasolina al fuego. Solo el anuncio crea una situación de incertidumbre, un clima deprimente en el mundo de la economía, cuyo efecto inmediato será convertir muchos ERTE en despidos, y alimentará con razón las dudas de la Unión Europea sobre la seriedad de España.

Suprimir de golpe la norma que propició la creación de millones de puestos de trabajo es en estos momentos un atentado laboral de máxima gravedad. Y fiar el futuro de un país a gobiernos Frankenstein, en atinada definición de Rubalcaba, cuando más estabilidad se precisa, es un suicidio político. Bastante negro está el futuro como para depender de Otegui. Al menos, en Galicia no.

24 may 2020 / 00:47
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