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Galicia profunda: hay ofensas más graves

    LA actualidad política gira estos días en torno al adjetivo “profunda” empleado por una jueza de Málaga con significado negativo al referirse a determinados lugares de Galicia, en este caso a una aldea de Muros. La expresión es inadmisible, pero no deja de ser hecho menor, aunque bien es cierto que sucesos similares, de burla o desprecio de lo gallego, se producen con cierta frecuencia. Yo dejaría morir el asunto, salvo que esa fuera la razón por la que la magistrada Ureña Carazo retiró a la madre la custodia de su hijo.

    La protección del menor es lo principal. A ello deben atender las instancias superiores de la Justicia, que seguro harán cuando resuelvan los recursos, pero también debería preocupar a la clase política en su conjunto. No para dictar sentencias, como últimamente se pretende desde algunas instancias gubernamentales, sino para afinar en las leyes que protegen a los más indefensos y dotar de recursos suficientes a quien compete administrarlas, para mejorar la protección.

    La reacción política al calificativo empleado por la jueza me parece excesivo, de sobreactuación. Tramitar iniciativas parlamentarias de largo recorrido en Galicia y Madrid es una pérdida de tiempo, agravada por el esfuerzo empleado y gastos que conllevan. Bastaba con un tuit o un comunicado a la antigua usanza. Soy de los que cree que en asuntos de esta índole, mezcla de incultura y estereotipos caducados, no hay mayor desprecio que no dar aprecio. Insisto, lo importante son el niño y los derechos de sus padres.

    Que me llamen gallego, aunque sea en el sentido más peyorativo del término, como hizo Rosa Díez a Zapatero, no me ofende. Me da risa. Que publiquen libros de chistes de gallegos en Argentina, como ocurrió en varias ocasiones, incluso lo agradezco porque algunos también me hacen reír. No así las actuaciones de Xan das Bolas y los xanbolistas de hoy, que pululan en algunas televisiones, porque no les encuentro la gracia.

    Entiendo que a otras personas sí les molesten, pero hagan oídos sordos. Hace un par de días escuché en un programa recopilatorio de TVE un chiste del genial Eugenio, lamentablemente desaparecido, sobre catalanes tacaños. ¿Cómo no? Era bueno. No pasó nada, que yo sepa.

    Lamentablemente hay ofensas bastante más graves hacia la Galicia profunda –y la España vacía, que viene a ser lo mismo– para combatir desde el ámbito político. Señalo dos: la financiación autonómica y el AVE. Según el Estatuto catalán, con el apoyo del Gobierno central, les corresponde una dotación económica acorde a su riqueza. O sea, más por ser más ricos. ¿A cuenta de quién? Está claro. El BNG debería alejarse de ciertos ambientes nocivos para Galicia y no solo elevar la voz cuando una jueza del montón suelta una barrabasada.

    La otra afrenta, casi aldraxe, lo tenemos con el ferrocarril. Nos aseguran que el tren rápido llegará a
    Ourense, no exactamente el AVE, antes de finalizar el año en curso. A ver, por tiempo no será. O sea, que la previsión es que el auténtico AVE, con algún tramo de vía antigua, no lo veamos hasta el próximo año. A Sevilla, la capital andaluza, llegó en 1992. A la capital gallega, treinta años después. Y aplaudiremos.

    28 oct 2021 / 01:00
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