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Grosería y banalización del odio

    NO me siento inclinado a dar publicidad a gamberradas, pero hago una excepción porque los autores son universitarios de la “generación mejor preparada de la historia” y expertos al parecer en machismo y fascismo que, como es sabido, son la misma cosa.

    No es excusable lo sucedido en un Colegio Mayor de Madrid, no hay atenuantes para ese vergonzoso espectáculo. Sin duda algo falla cuando se dedica una bochornosa coreografía con escabrosos y obscenos epítetos a estudiantes vecinas, que recuerda más al ambiente de las cantinas de los viejos cuarteles y a los andamios de las obras, después del vino peleón, el café y la copa de la comida, que a lo que debe ser un centro universitario.

    Estos chicos olvidan que existen formas más elegantes de divertirse, pero es que son hijos de su época y de una educación progre. Sus palabras no son peores que la música que escuchan, las películas que ven o las redes en las que se enredan. En cualquier caso, no podemos ser equidistantes con este comportamiento que en el fondo banaliza y normaliza tanto entre ellos como ellas comportamientos machistas.

    José-Miguel Ullán además de poeta excelente decía que “En España no cabe un tonto más”, pero en esto no atinó, porque al parecer sí que caben más. Tontos me parecen los que ante estos hechos han reaccionado desmedidamente con ridícula histeria y exigen castigos ejemplares, mientras callan cuando los bárbaros impiden con violencia conferencias en la Universidad. Aquí es posible quemar la bandera, denigrar a España, insultar al Rey, aplaudir a terroristas, blasfemar, casi todo, menos herir la sensibilidad de género, convertido en nuevo dogma. ¿Delito de odio? ¿A quién odian estos chicos? ¿A las chicas? No parece.

    La izquierda usa con ligereza esa palabra y en todas partes ve odiadores. Odio en el sentido shakesperiano, ese que las masas profesan sin mayor fundamento, en la misma medida que aman sin saber por qué. El odio entendido como lo expresó Daudet, que lo atribuía a la cólera de los débiles.

    Odiar a menudo es una opción ideológica. No hay más que fijarse en la Guerra Civil. Como escribió Concha Castroviejo en Víspera del odio, los que combaten se odian menos que los que están en casa. Ese odio de los extremistas ensucia y envilece a la sociedad. Así, el círculo argumental se cierra. Construimos el odio, fabricamos un enemigo al que odiar, describimos todos sus defectos, ensalzamos nuestras virtudes, definimos por ley el comportamiento correcto y evitamos toda interacción y duda, porque la causa no admite debilidades. Tristemente esos líderes de opinión viven del odio y no existen sin el conflicto que es su marca blanca.

    Esta manipulación es lo verdaderamente peligroso y no la berrea de unos universitarios groseros y maleducados, que necesitan ser corregidos, pero no colgados en la plaza pública.

    14 oct 2022 / 01:00
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