Hay otros oficios bajo tierra

SALGO de casa a primera hora y ya circulan buses 5 y 6A. Me asomo a la ventana cuando todavía es de noche y un barrendero barre mi calle. Mi ejemplar de EL CORREO GALLEGO está a la puerta antes de que me lave la cara. Sofía y Toña mantenían mi instituto impoluto de lunes a viernes a las ocho de la mañana. ¿Hay una gran mujer detrás de un gran hombre? Seguramente; y personas hacendosas que limpian edificios públicos. Reconocimiento para ellas.

Hice fotos movidas de tres de ellas: limpiando un confesionario de nuestra Catedral, otra haciendo lo mismo en la de Córdoba. Y un barrendero de Viena con su carrito de la limpieza parado y viendo pasar el desfile funeral del archiduque Otto de Habsburgo en julio de 2011. Y alguien limpia las escaleras de los 94 pisos del One World Trade Center de Nueva York.

Los trabajos ocultos. ¿Quién le plancha las camisas a Macron?, ¿quién le calienta la sopa a Yolanda Díaz? No hay oficio malo. Dobló su espalda el labrego que cosechó las patatas de mi tortilla de ayer y el viticultor que cosechó la uva de mi taza de Mencía en la taberna. Honor a ellos.

Somos especie colaborativa constituida por individuos menesterosos. El poderoso abusa de los pequeños. Putin pone a veinteañeros vulnerables en la domeñación de Ucrania y a él le hacen la cama en la Plaza Roja.

Cuando era adolescente y jugaba tenis, los jesuitas de mi colegio me pedían que pensara en quienes había trenzado las cuerdas de mi raqueta. Lo pienso ahora, décadas después. Los analistas dicen que nos hemos hecho insolidarios narcisistas, amigos de selfies más que de ver alrededor.

Saludo a los maquetistas y correctores que han confeccionado la página que usted lee ahora, a la conductora del bus 1 que me llevará al CHUS y cuyo nombre ignoro. Cada día abre sus ramas al sol porque sus raíces arraigan en el trabajo de otros bajo tierra.