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Historia de dos presidentes

Trece años estuvo Feijóo ininterrumpidamente como presidente de la Xunta, trece, que dicen que es mal número si no crece, y de repente, desde su marcha, la comunidad gallega puede presumir de haber contado con tres jefes de la Xunta en apenas cinco meses. Desde que la sucesión empezó a rodar, al príncipe de Os Peares le siguió Alfonso Rueda, el eterno delfín que por fin pudo sacar la cabeza fuera de las pacientes aguas de la espera para entronizarse en el Ejecutivo gallego, justo en el mismo año en que también fue coronado Carlos de Inglaterra, con quien socarronamente se le comenzaba a comparar por el continuo retraso de sus respectivas expectativas de reinar. Y en el principio de este otoño, como el nuevo monarca de San Caetano llegado de la ría de Pontevedra se vio con fuerzas para cruzar el charco (¿a qué gallego se le ocurriría llamarle charco al Atlántico?, porque semejante metáfora limitativa sólo pudo ser obra de un gallego) y plantarse de visita en Argentina y Uruguay, al vicepresidente primero nombrado por Rueda, nada menos que el conde de Lemos, Francisco Conde, natural de Monforte, no le quedó otra que hacerse cargo de la sede presidencial temporalmente vacante.

Tres presidentes en menos de medio año es un récord del que presumir, pues no está al alcance ni siquiera de especialistas en la materia como el PP compostelano, que en la legislatura municipal de 2011 a 2015 puso a tres de sus concejales en la alcaldía de Santiago, después de la flamante e inesperada victoria que en las urnas obtuvo el eterno candidato Gerardo Conde Roa. Fíjense bien en los apellidos de este efímero regidor de la capital de Galicia, Conde Roa, y escríbanlos en el orden inverso al elegido por sus padres para llevarlo al registro. Obtendrán un Roa Conde que, con una derivación no muy forzada del primero (viene de Rueca) es prácticamente la filiación de la actual Presidencia de la Xunta juntando los dos apellidos de las dos personas que la ostentaron en las últimas semanas, Rueda Conde. No sé si esto puede significar algo, pero en Compostela siempre hubo la sensación de que la precipitada salida de Conde Roa de Raxoi, a los nueve meses de su toma de posesión, dejaba en el aire un laberinto indescifrable e incompleto, una sensación de que a sus días de alcalde aún le faltaba algún capítulo que explicase su rocambolesca historia y bien podría ser este: su paso por el ayuntamiento de la capital tuvo una función auguradora del tándem de presidentes que vendría años después para la Xunta, una administración la autonómica que comparte despachos oficiales en el mismo edificio que acoge en la monumental plaza del Obradoiro la casa consistorial compostelana.

Galicia tuvo tres presidentes en cinco meses, igual que Santiago tuvo tres alcaldes en sus cuatro años de periplo popular. La diferencia es que la alternancia en la Xunta tiene algo más de sentido y hasta se puede decir que de ella se extraen aspectos positivos. Muchos pensaban que Feijóo sería insustituible y resulta que, a falta de uno, hasta dos miembros de la propia cantera de San Caetano pueden cumplir ese papel. Rueda ya lo había desempeñado durante las ausencias de Feijóo, que también tuvo su tiempo para disfrutar de sus viajes al otro lado del charco (el Atlántico, no se me entienda mal, que la palabra charco acredita coloquialmente una polisemia que puede llevar a malas interpretaciones), pero el caso de Conde fue todo un hallazgo reciente.

Un descubrimiento que, obviamente, no es como el de América, a donde fue Rueda 530 años casi calcados después de Colón (el genovés, puede que de Combarro, arribó un 12 de octubre y el 13 de octubre lo hizo el presidente llegado de la ría de Pontevedra, donde curiosamente también se sitúa Combarro). Un descubrimiento este de Conde que no tiene la trascendencia del auspiciado por los reyes católicos (otro tándem que tanto monta, monta tanto), pero que demuestra que la política gallega esta preparada para competir con la norteamericana (aunque Rueda se fue a la sureña, a la que le saca más partido).

Porque Rueda-Conde forman eso que en EEUU llaman “ticket electoral”, la pareja de candidatos a presidente y vicepresidente que aspiran a la Casa Blanca. Está bien presentarse en dúo porque cuando el líder baja en popularidad le sustituye su segundo. Como en el futbolín, cuando el goleador tiene el día negado, pasa a la portería y su compañero asume la tarea de meter goles. No es tan fácil como parece. En España, Sánchez tendría que llevar de ticket a Yolanda Díaz, pero no es de su partido. Y Feijóo, a Ayuso, que puede que tampoco lo sea. O, si lo es, a veces habla como si fuese de otro.

Rueda-Conde pueden escribir una buena historia de dos presidentes, como Charles Dickens noveló la de dos ciudades, pero sin protagonismo para la Revolución Francesa. Aquí, en Galicia, sólo está en marcha la Revolución post-feijooniana.

19 oct 2022 / 01:00
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