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Imaginario monárquico

    LA apabullante presencia de los honores, exequias, velatorios y excursiones que han vivido los leales súbditos de Isabel II, por el país, reflejada hasta el hartazgo en los medios españoles, tanto en los diarios impresos y las televisiones, incluidos los programas de la telebasura y el cotilleo, tiene que provocar una sensación de generalizado hartazgo, porque este hecho histórico es en realidad una enorme y calculada operación de marketing comercial para la abrumadora venta de la marca Inglaterra, como resulta evidente.

    Se comprende que, dado el carácter británico, el asunto cunda allí; pero fuera de ese ámbito resulta más que sorprendente, pese a lo que lo evidente que resulta hasta qué punto saben usar los medios para lograr los efectos de lo que se llama “imaginario monárquico que es una construcción intelectual, consistente en introducir en la mente de las gentes el concepto de que la monarquía es una institución natural, que por tanto debe ser aceptada como tal con “naturalidad”.

    Reyes y príncipes siempre han estado ahí, formando parte de nuestras vidas y, además, están imbuidos no ya del origen divino que los consagra, sino de todas las cualidades que consideramos excelentes.

    Cómo los mortales normales podemos aceptar como cosa natural que existan instituciones que perviven cuya función real es simplemente existir. Sostiene el filósofo Rodríguez García que no parece sencillo desbaratar el imaginario monárquico, si se tiene en cuenta las marcas que lo constituyen. Con respecto a los elementos sobre los que se construye alude a un controvertido aspecto, la fortuna de los reyes y su origen.

    Ya se sabe que, empezando por la monarquía británica, el resto de las que sobreviven en el mundo suelen ser riquísimos. Dice Guglielmo que “la dinastía reinante no sólo debía poseer la mayor fortuna del país, excepción hecha, claro está, de la Iglesia, sino que además tenía que ser considerablemente más rica que las más ricas familias”.

    El rey, con toda su familia, no podía ser visto en ningún momento como un simple mortal, como un simple hombre de carne y hueso: cada uno de sus actos y de sus gestos, cada uno de sus deseos o manifestaciones de voluntad, estaban precisa y minuciosamente reglados por una etiqueta preestablecida según ritos solemnes y ceremoniosos. Lo han visto.

    20 sep 2022 / 01:00
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