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Indigenismo hooligan-populista

YA llovió (sobre todo en Galicia), pero lo recuerdo con nitidez. Aunque lo estudiase en primer curso de Ciencias de la Información, en aquel lejano y convulso 1989. El historiador francés Pierre Vilar evangeliza sobre la necesidad de comprender el pasado, para alcanzar el cielo de conocer el presente. Su particular religión se apoya en una fe ciega en la “historia total” que, resumiendo mucho, viene a ser la interpretación de lo ocurrido siglos ha, mediante el análisis de la actividad de todos los extractos sociales, y no sólo desde la lupa –muchas veces desenfocada– de las élites políticas o de los escribientes de cámara de cada época.

Pero lo cierto es que, desde la caída del Muro de Berlín hasta esta hora de misiles e inflaciones, no he tenido noticia de historiador alguno que abogue por leer los hechos del ayer con el único tamiz de nuestra visión de hoy.

De vuelta al maestro de Frontignan, hispanista de relumbrón y comunista convencido, nunca quiso militar en las filas del PC galo, seguro como estaba de que, en caso de hacerlo, un enorme lamparón caería sobre la alba camisa científica que desde el inicio de su carrera se esforzó en vestir.

Pues en esas estamos cuando nos referimos al Descubrimiento del Nuevo Mundo y a la colonización española de América. Desde hace algunas décadas, se ha extendido como plaga una versión, en muchos casos interesada, carente del más mínimo rigor desde la óptica de la ciencia histórica.

Observar un largo y complejo proceso que comenzó hace 530 años, como si Juan de la Cosa, Cristóbal Colón o Francisco Fernández de Córdoba fuesen a entrar de un momento a otro en nuestra oficina; equiparar a los Reyes Católicos con los líderes de cualquier partido neoliberal de hoy; pensar que la Casa de Contratación de Sevilla es Repsol; o creer que las carabelas eran tres fragatas F-110 de la Armada española; son de una desnudez intelectual realmente pasmosa.

Hace cinco siglos, y hace cuatro, y tres, lo común era recibir un espadazo en cuanto a uno se le ocurriera poner pie en territorio extranjero –o simplemente preguntar la hora–, fuese usted español, australiano o azerí. También, entre los propios pueblos indígenas de la América latina. Y la verdad es que los únicos sablazos que he recibido últimamente son los de los precios de las gasolineras, los del súper y los de la factura de la luz.

Tampoco imagino a los jefes cheroquis, arapajoes o navajos, echándole los perros
a la Corona británica por lo que hicieron sus compatriotas en suelo estadounidense, en época, por cierto, mucho más cercana. O a nuestros propios gobiernos, pidiendo ex-plicaciones desde Madrid a Italia o a Arabia Saudita por la romanización de la Península o por la invasión del suelo hispano a manos del Califa-
to Omeya; en ambos casos, por supuesto, a mandoble limpio.

Entonces, ¿a qué viene este revisionismo cutre, anacrónico y simplista?

Recordamos la sangre, sí, pero no el inmenso legado cultural que nuestros antepasados dejaron en América, empezando, naturalmente, por la lengua. Obviamos que, si no hubiesen sido los españoles habrían sido otros y que, si Colón y los suyos no hubiesen hollado tierra aquel 12 de octubre de 1492, ni tampoco lo hubiese hecho nadie, lo más probable es que esos pueblos siguieran golpeando el río con varas para intentar matar al arcoíris, práctica aún habitual entre los yanomamis en las selvas del Brasil y Venezuela.

Siglos antes de que nadie hubiese oído hablar siquiera de globalización, todos éramos ya hijos del mestizaje físico y cultural. Por las venas de los españoles discurre sangre íbera, celta o sueva, efectivamente; pero también romana, árabe o judía. Y probablemente hoy, venezolana, marroquí o ucraniana.

En suma, cabe (faltaría más) la reivindicación antropológica de la idiosincrasia indígena y de sus derechos [Rigoberta Menchú]. Pero sobra (absolutamente) la burda instrumentalización política que lleva al odio y al derribo de todo lo que huela a español, como las estatuas de Colón [Evo Morales, Maduro, López Obrador...]. Con el coro y rondalla del orfeón de la extrema izquierda española y los nacionalistas, que les ríen las gracias. ¿Es insolvencia histórica o mala fe?, que diría un tal Sánchez.

20 oct 2022 / 01:00
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