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Insulto no, crítica sí

    TRAS los procesos electorales vividos estos días, es bueno recordar que se pueden rechazar las críticas, contrarrestarlas con argumentos, y hasta desmentirlas con datos; pero nadie, bajo ningún pretexto, puede justificar ni avalar los insultos, y mucho menos un vicepresidente del Gobierno, como ha ocurrido en España, donde un alto cargo tan relevante no sólo ha señalado de manera amenazante y con nombres y apellidos a periodistas, sino que incluso ha alentado la ofensa y el insulto ciudadano hacia quienes ejercen el derecho democrático a investigar e informar libremente. Olvida el político que la crítica es algo muy diferente al insulto.

    La actitud del vicepresidente fomenta la violencia verbal, que es otra forma de consolidar la agresividad a la que nos tiene acostumbrados. La prensa es el tercer sector al que parece intentar desprestigiar y denigrar Iglesias. Tras sus duros y explícitos ataques al poder judicial o a la Guardia Civil, ahora le ha tocado el turno al periodismo. Cada vez que alguien hace o dice algo que no es de su agrado, en lugar de rebatir o debatir, intimida, coacciona y arremete contra el colectivo en cuestión sin medir sus palabras ni las consecuencias de las mismas, y menos aún tener en cuenta que desde su posición no puede permitirse ciertas licencias.

    España es una democracia en la que los gobernantes han de representar por ley a todos los ciudadanos, a quienes les aplauden y a los que les contradicen. Lo contrario es propio de autocracias, como vemos a diario en las actitudes de mandatarios de regímenes dictatoriales. Hubo quien se escandalizó por el trato displicente del presidente Trump hacia ciertos medios partidistas y especialmente críticos con su gestión. Ahora vemos un comportamiento incluso peor en las filas del Gobierno de nuestra nación.

    En Estados Unidos 150 intelectuales de prestigio han firmado una carta en la que alertan del auge de actitudes radicales dentro del supuesto progresismo de izquierdas (aunque no evitan aludir a los republicanos), que intentan humillar a sus adversarios, y se están volviendo intolerantes hacia quienes defienden posiciones discrepantes. Se refieren sobre todo a políticos y grupos radicalizados de la esfera demócrata. Es decir, exactamente lo que está ocurriendo en nuestro país.

    En España no hace falta que los intelectuales nos adviertan del peligro de las actitudes populistas, radicales y antidemocráticas de líderes de uno y otro bando, pues las vemos todos los días. Sin embargo, por mucho que al vicepresidente le incomode, los periodistas habrán de seguir cumpliendo con su deber de indagar e informar, incluso sobre historias rocambolescas que afecten a asesoras y personal de confianza.

    Con su actitud desafiante y sus amenazas, lo único que consigue el líder morado es que los ciudadanos estemos más ansiosos aún por descubrir la verdad que él parece intentar acallar.

    12 jul 2020 / 22:36
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